Sin televisión –debido a la época- y tras cincuenta años sin salir de su piso, no es extraño que doña Paula no reconozca a una prostituta ataviada para hacer valer sus razones. Por similar motivo es normal que tampoco la reconozca doña Matilde, que lleva toda su vida en un pueblecito de Cuenca cuidando de su retoño, Marcelino, ingenuo heredero de una fábrica de chocolatinas que dirige con eficacia. Tan apegado a las faldas de su madre está y tan poco sabe de la vida, que doña Matilde no ha tenido mejor ocurrencia que irse a Madrid con su hijo, a casa de doña Paula, tía de Marcelino, para buscarle a este una chica agradable, moderna y casadera.
En cuando la obra comienza sabemos lo antedicho y que el muchacho no ha perdido el tiempo: al entrar en un bar se ha topado con Maribel –una prostituta en busca de clientes- la cual le ha sonreído y han entablado conversación; él, creyendo haber conocido a la mujer de su vida; ella, creyendo haber conseguido un nuevo cliente. De ahí la sorpresa de Maribel cuando, por fin, acompaña a Marcelino al piso y el muchacho le presenta a las dos viejas cacatúas que, todo sea dicho, son un dechado de amabilidad y se mueren por agradar a Maribel, de quien todo elogian porque todo en ella les parece moderno, aunque para el espectador es obvio que las costumbres y apariencia de Maribel más se deben al oficio más antiguo del mundo que a las ocupaciones más modernas.
Al verse en esa extraña tesitura, Maribel cree que le están tomando el pelo, y alterna el enfado y el pasmo; pero enseguida comprende que aquella familia es, simplemente, una familia extraña pero de buen corazón. O eso quiere creer, porque además –en el segundo acto ya ha pasado tiempo suficiente como para que los conozca a la perfección- el inesperado amor de Marcelino es la única salida que tiene a su condición de prostituta, de la que no está precisamente orgullosa. Lo malo, llegado este segundo acto, es que no es fácil para Maribel confiar en que haya gente tan buena como Marcelino y su familia, y a desconfiar la ayudan dos cosas: una misteriosa muerte en un lago cercano a la fábrica de chocolatinas, y las amigas y compañeras de profesión de Maribel: Niní, Rufi y Pili. Sobre todo esta última ve fantasmas en todas partes, y está convencida de que Marcelino solo desea una cosa: matar a Maribel en cuanto pueda.
Para colmo, otro problema enturbia el futuro de la protagonista: no le ha dicho a Marcelino cuál es su verdadera profesión, y eso le atormenta, porque ni quiere engañarlo ni cree que él pueda conocer la verdad sin mandarla a paseo.
El tercer acto acontece ya en el pueblecito donde está la vivienda de Marcelino y la fábrica. Allí se han desplazado los novios para conocer aquello y las amigas de Maribel para protegerla. Y allí se van a resolver todos los misterios: si la “extraña familia” llega a saber la profesión de “la novia” y la echan con cajas destempladas, qué ocurrió en el lago y cuál es la verdadera pretensión de Marcelino.
El desenlace es lo bastante conocido para no detenerse en él, pero sí merece la pena hacer una referencia a la idea que subyace en toda la obra: que las cosas no son como son, sino como las vemos; que no hay otra realidad que lo que percibimos, aunque percibamos cosas erróneas.
Miguel Mihura. 1905-1977 |
Por lo demás, el hilo conductor se ve adornado por muchos detalles humorísticos debido a los contrastes (la decrepitud de doña Matilde y doña Paula frente a su impostada modernidad), los exagerados miedos de Pili, las confusiones constantes y el enredo derivado de que casi todo el mundo parece tener algo que ocultar.
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