Botchan (cuya traducción es algo así como “muchacho”) es la forma en la mujer que lo cuidaba llama a un chico algo gamberrete, originario de Tokio que, a principios del siglo XX (la novela fue publicada en 1906), tras unas relaciones familiares desapegadas que terminan con la separación de los hermanos huérfanos y una muy buena relación con la mujer antes citada, emplea su escasa herencia en sacar sus estudios adelante, y termina como profesor de matemáticas en un instituto situado un poco más allá del quinto pino, dados los transportes de la época.
Una vez en su destino, dos son las preocupaciones del protagonista: encontrar a alojamiento e ir trabajando, lo cual implica relacionarse con el resto de sus colegas y con los alumnos.
Pese a los sobresaltos de la adolescencia, a sus poco más de veinte años y comenzando a ganarse la vida, es un hombre orgulloso, honrado, idealista y poco versado en el trato con sus semejantes. Por eso choca de inmediato con la experiencia de sus colegas, mucho más pragmáticos. Botchan habla de ellos desde la superioridad moral de quien cree saber distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, y además se mueve con rectitud. A mostrar esa superioridad a menudo desdeñosa ayuda el que se refiera a todos a través de motes. Lo que ignora es que los demás se valen de su ingenuidad y falta de experiencia para divertirse a su costa, o para manipularlo y ponerlo a favor o en contra de unos y otros en el pequeño mundo de camarillas y rivalidades creado por los profesores. Creyendo tener el timón de su vida, en realidad va orgullosamente a la deriva.
Natsume Sōseki (1867-1916) |
Las vivencias de Botchan, no obstante, se agotan pronto, porque se limita a trabajar, se contenta con pequeños placeres, y además aprende rápido. Y con este aprendizaje llega el fin de una novela que en la actualidad, bajo el imperio del criterio comercial, nadie publicaría porque no hay una trama propiamente dicha creada para capturar la atención del lector. Simplemente hay una exposición de hechos, pero no hay nada que descubrir, ni peligros a evitar, ni acción trepidante, ni grandes conflictos psíquicos, ni nada por el estilo. Botchan es un relato donde, simplemente, se confronta la altitud de miras y la ingenuidad propia de la juventud con el mundo más rastrero y prosaico que surge de la experiencia, todo ello a través de una vivencia tan frecuente y poco épica como comenzar a dar clases en un instituto.
Sin embargo, pese a la sencillez del planteamiento Botchan es una gran novela, pues quien más y quien menos todo el mundo ha tenido en la vida uno o varios periodos de inmensa candidez, en los que creyendo actuar correctamente no ha hecho más que permitir que los demás se aprovechen de él. Todo el mundo ha sido Botchan una vez u otra. Ese es el gran mérito de la obra.
Dada la edad del protagonista en la novela, lo conocemos en el último instante antes de la pérdida completa de la inocencia, aunque a esa edad suelen quedar ya pocos inocentes. Un tema ya abordado en otras muchas obras, posiblemente por aquello de que siempre se echa de menos la juventud, y porque la pérdida de la inocencia implica una especie de “muerte” que difícilmente se compensa con el “nacimiento” de un ser adulto y desengañado. La introducción cita reiteradamente El guardián entre el centeno, de Salinger, la cual leí hace tantos años que no recuerdo lo bastante para poder comparar. Más cercana en el tiempo aunque en un tono completamente distinto, trata el tema del fin de la infancia Paraíso inhabitado, de Ana María Matute.
Por último, en algún sitio he leído que Botchan es una novela de humor. Sí y no. No, porque su objetivo es más ambicioso, hasta el punto de que el humor es más un medio que un fin. Y sí, porque de la ingenuidad de Botchan surge un contraste brutal con al mundo real, y sabido es que el humor no es otra cosa que el contraste entre lo que uno cree que va a encontrar, y lo que de verdad encuentra.
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