El perro de terracota (Serie Montalbano, 2)
Segunda entrega de la serie Montalbano. La leí hace unos años, hice una reseña bastante chuchurrida que no he puesto nunca en el blog precisamente por eso. Pongo esta ahora tras haber leído de nuevo la novela.
Segunda entrega de la serie Montalbano. La leí hace unos años, hice una reseña bastante chuchurrida que no he puesto nunca en el blog precisamente por eso. Pongo esta ahora tras haber leído de nuevo la novela.
Y aunque es cierto que en cada lectura se descubren cosas
nuevas en un libro, pocos motivos tengo para afirmar eso en esta ocasión, lo
cual seguramente significa que el libro es bastante claro, a pesar de que la
trama da la sensación de ser confusa al relacionarse dos asuntos muy alejados
en el tiempo.
La cosa comienza con el robo en un supermercado. Los
ladrones birlan nada menos que un camión. Ahí es nada. Una cosa discretita. Pero
el vehículo, con toda su mercancía, aparece poco después abandonado en una gasolinera.
Llegados a este punto Camilleri
utiliza un recurso facilón, aunque en ese momento no lo parece (de ahí su
maestría, pues los recursos fáciles los autores suelen utilizarlos para escapar
de embrollos que son incapaces de resolver, mientras que aquí Camilleri pone en bandeja de plata el
esclarecimiento de los hechos creando, de paso, cierta confusión en torno a la verdadera
trama, sin duda para darle interés). ¿Y cuál es el recurso? El cante de un
mafioso. Esto lleva a Montalbano a localizar una cueva oculta donde se
almacenan armas. Pero la cueva oculta otra cosa, otra cueva, donde aparece una
pareja desnuda, muerta, abrazada. Llevan allí medio siglo, y los flanquea un
perro de terracota, una vasija con unas monedas y otra vasija vacía. El primero
parece “el caso”, y el asunto de la pareja “el entretenimiento” del comisario.
Pero lo cierto es que al lector le importa poco si el criminal ya está muerto o
el delito ha prescrito, porque al lector, como a Montalbano, lo mueve la curiosidad.
A satisfacerla dedica Camilleri sus
esfuerzos. Y lo consigue muy bien, porque va esclareciendo cosas poco a poco sin
que eso mengue el interés, porque siempre queda algo por saber. A este respecto
hay que reconocer que la mafia viene también de perlas para que uno se despreocupe
de ciertas cosas, porque como se da por hecho que al final siempre hay “poderes
ocultos”, no hay crimen mafioso en el que no se tenga la sensación de haber cerrado
la investigación en falso, lo cual, literariamente, es muy cómodo.
La
historia es atractiva, pero poco creíble debido a los peculiares métodos el
comisario. No es el típico policía que actúa con métodos ilegales, sino que
alterna la informalidad con las medidas estrafalarias que, sin embargo, tienen
siempre un resultado acertadísimo. Lo que de pirueta tienen da un tono de humor
innegable y característico, porque los trucos se basan, siempre, en explotar
las debilidades humanas. La historia acerca del perro de terracota tiene además
un componente romántico también poco creíble, pero que la humaniza; de hecho,
los libros de Camilleri están
plagados de los emotivos detalles que surgen de la mente de los más variados
personajes, detalles, en su mayoría, con fuerte carga simbólica.
En El perro de terracota ya vemos, cosa
que no ocurría con claridad en La forma
del agua, al Montalbano que
protagoniza las restantes novelas de la serie. Ha perdido lo que de bravucón
tenía al comienzo de la primera novela, se ha serenado, se consolidan las
relaciones que más tarde han de dar juego, y se aplacan personajes cuyo
recorrido era escaso si se mantenían como en La forma del agua. Hablo de Anna y de Ingrid, la cual, por cierto,
aparece muy desdibujada en esta novela. Sea como sea, esa relación hace
aconsejable que no transcurra mucho tiempo entre la lectura de La forma del agua y El perro de terracota. Más inexplicable,
en cambio, es lo que le sucede a Gegé (lo cual sabrá quien lea la novela): no era necesario.
Y, por último, aparece Catarella, un policía completamente inútil y tan corto
de luces que a partir de esta novela se convierte en un excelente comodín para
salpicar de humor las aventuras del comisario.
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