Leí el primer libro del comisario
Proteo Laurenti (A cada uno su propia muerte) y luego, por razones que no
vienen al caso, el tercero (Muerte en lista de espera). Ahora, con Los muertos
del Carso, he leído la segunda, y así he comprendido mejor algunos de los
cambios en la vida personal del personaje. En concreto, su lío con la fiscal croata. Lo que no entiendo es lo de meter una referencia a la muerte en todos los títulos: genera cierta confusión.
El título alude a las simas donde
a lo largo de varios años al final de la Segunda Guerra Mundial, fueron lanzados
al olvido los cadáveres de las víctimas de la represión, teniendo en cuenta que
estamos hablando de una zona italiana, Trieste, en el límite con Croacia y Eslovenia,
donde ha habido represiones de todo tipo. Como bien dice la fiscal, sus
abuelos, sin moverse de su casa, llegaron a tener tres o cuatro nacionalidades
diferentes a lo largo de su vida.
En la historia, al igual que las
otras, Heinichen informa al lector de sucesos que el protagonista ignora.
¿Omnipresencia del autor? Pues eso. Pero no resta interés. Así sabemos que dos
pescadores setentones, enfrentados desde 1943 por la muerte de la hermana de
uno de ellos, se ven regularmente en aguas internacionales para hacer
intercambio de mercancías sospechosas, y que la hija del agraviado, una mujer
joven y hombruna, también está metida en el ajo. Sabemos también lo que pasa en
el barco, sabemos cómo vive el pescador de Trieste y su esposa, y sabemos
también que un hijo del otro pescador ha sido asesinado junto a toda su familia
mediante una bomba. Luego, enseguida nos enteramos de que el pescador triestino
aparece muerto y torturado en una de las simas del Carso. Y, para colmo de
saber, sabemos también que la esposa de Proteo Laurenti se ha largado de casa
porque tiene dudas sobre su futuro matrimonial, y ciertas tentaciones respecto
a un agente de seguros.
Lo
único que no sabemos es quién ha matado a quién y por qué. Proteo tampoco. Cómo
acaba su matrimonio solo lo sabrá de antemano quien, como yo, haya leído la
tercera entrega antes que la segunda.
Heinichen
monta la novela con todos estos datos, escarbando en el presente y en el pasado
y trayendo a colación, cada dos por tres, interesantes comentarios sobre la
historia de una zona siempre en disputa, hasta el punto de transformar a los
habitantes de esa región en más herederos de los odios y rencillas de sus
antepasados que de la tierra que pisan. Los amores se mezclan con los odios, y
estos con la historia, y todo ello con el delito. Además se comprende por qué el mundo evoluciona como evoluciona: porque quienes sufren el trauma de una guerra o una persecución, nunca llegan a superarlo; vivan los años que vivan, siempre persiste algo; en unos el miedo, en otros el horror, en algunos el odio, en otros el resentimiento... El resultado, un argumento
que motiva al lector a seguir leyendo.
Al igual que ocurre con otros
personajes recientes de novela negra, en el caso de Proteo Laurenti siempre hay
dos tramas paralelas: la intriga propiamente dicha y sus circunstancias
familiares relatados con una especie de tono costumbrista. En este caso a los problemas
matrimoniales del comisario cabe unir la portentosa facultad del hijo para
meterse en problemas.
El
humor se cuela en la novela de la mano del genio gruñón del protagonista y,
sobre todo, de algunas de sus andanzas, bastante malolientes, por cierto. En
Muerte en lista de espera, en cambio, ese toque se dio con extravagancias tales
como tener al perro en el despacho. En Los muertos del Carso hay algún otro
recurso humorístico no muy original pero efectivo, como la constante presencia
de un pobre hombre que se ve envuelto, muy a su pesar, en todos los follones, amén
del humor negro negrísimo del anciano forense. Más
dudas me caben sobre la intención del autor al hacer de Laurenti, un tipo
despistado y bastante vulgar, alguien a quien todas las mujeres adoran (en especial
las de buen ver): desde su secretaria a la redactora jefe del Piccolo; si
lo que se pretende es hacer algo de humor, no se consigue sino es a costa de
menguar el realismo; y si lo que se persigue es dar cierto tono picante a la
vida del comisario, tampoco.
Y termino con esa idea: siendo novelas con las que uno se lo
pasa bien, queda siempre una sensación de que algo no encaja. ¿Qué? Que el autor no apuesta ni por el realismo ni por la falta de él en cuanto a
las personalidades se refiere, sino que cada personaje es así o asá según el momento, o según el humor que ese día tenía Heinichen.
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