En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 18 de enero de 2012

El vino de la soledad – Irène Némirovsky



           Irène Némirovsky es una clásica del siglo XIX transplantada al siglo XX. Y sus novelas no solo son excelentes sino que, además, suponen un magnífico testimonio de una época trascendental para Europa.  Y es precisamente esa época lo que dota a las novelas la “épica” de quienes deben salir adelante en medio de las circunstancias más adversas: desde la Primera Guerra Mundial a la crisis del 29, pasando por la revolución rusa.

            Las poco más de 200 páginas de El vino de la soledad discurren a lo largo de una década y media: desde que Elena, la protagonista, es una niña de 7 u 8 años, hasta que alcanza poco más de veinte. 

Su padre, Boris Karol, es un judío de origen vulgar que va prosperando a base de trabajo hasta alcanzar su meta: ganar mucho dinero para jugárselo en el primer casino que le sale al paso. De lo que menos se acuerda es de que tiene una hija: primero porque se va a trabajar fuera, y, segundo, porque cuando está, solo está para sus negocios y su “afición”.

La madre, Bella, es todo menos una madre: egoísta, solo preocupada de sí misma, pertenece a una familia noble venida a menos que encontró refugio en la prosperidad de un don nadie como Boris. Bella está enamorada de sí misma y de su juventud, derrocha para sí misma y no tarda en tener un amante dentro de la familia: Max, primo de Elena.

Es así como Elena crece en soledad, sin más apoyo que Rose, su institutriz francesa. Y la soledad a que la somete su propia familia se agudiza ante un cúmulo de circunstancias que los obliga a una constante emigración: la revolución rusa los envía primero a San Petersburgo y más tarde a Finlandia. Y de allí, a Francia.

Elena crece consciente de su soledad y del egoísmo materno, alimentando día a día el deseo de venganza. El proceso corre en paralelo con el envejecimiento de su madre, que trata de disimular desesperadamente el paso de la edad. La amarga forma en que la protagonista lo describe, linda con la crueldad.

Ni que decir tiene que a medida que la belleza de la madre se desvanece, sus relaciones con Max se van enfriando. Y más que por eso, porque en realidad los amantes son ya casi un matrimonio instalado en la rutina.

Es así como Elena va planificando su venganza, que pasa por robarle a su madre la atención del amante.

El papel central de la novela corresponde al proceso de maduración de Elena: la forma en que desarrolla su sentido de la individualidad, su conciencia de estar sola, su conciencia de la falta de afecto, la forma en que afronta toda esa situación, y cómo se van desarrollando en ella sentimientos de venganza, e incluso de pura maldad, que trata de combatir. Ella es el vino que envejece en el barril de la soledad, y que debe ser servido antes de que se agríe.

Todo ello, como he dicho, en un contexto histórico dificilísimo, en el que no puede dejar de señalarse el papel de la mujer: se aprecian los primeros indicios de la evolución hacia la igualdad de derechos, y es precisamente eso lo que hace que el final sea a la vez comprensible, deseable y, sin embargo, contenga un importante punto de ruptura y rebeldía. Que nadie crea, sin embargo, que estamos ante una novela que reivindica la igualdad (de hecho la protagonista, abandonada de padre y madre, a quien responsabiliza de su suerte es a su madre) aunque sí la autonomía.

Al parecer se trata de la novela “más autobiográfica” de la autora, por los hechos que narra, pero meterse a averiguar hasta qué punto los sentimientos del personaje se corresponden con los suyos no es un ejercicio necesario para disfrutar de esta novela.

Está escrita en capítulos breves, de seis, ocho o diez paginas, directos, muy bien escritos, alternando lo analítico y lo descriptivo, y sin una sola concesión a la ironía, ni  siquiera al humor amargo. Si el humor es, desde el Quijote, una forma de enfrentarse a los problemas de la vida, Irène Némirosvky siempre se enfrenta a ellos cara a cara desde la seriedad  y la frialdad más absoluta. ¿Quizá porque creció sin humor alrededor? Si tanto se la puede identificar con Elena, quizá esa sea la respuesta.




4 comentarios:

  1. Todavía no he leido este libro, pero fijo que cae, más después de leer tu reseña.

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  2. Una mujer con una vida muy amarga pero de lo más interesante. Me ha gustado mucho tu reseña. Bss.

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  3. Léelo Madison, que te gustará.

    Rebeca, supongo que sabes que Suite fracesa incluye varias cartas personales de la autora poco antes de morir, en las que casi se va viendo venir el fin. La verdad es que menuda vida tuvo... le pasaron por encima todos los conflictos del siglo XX.

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    1. he leido de esta escritora '' nieve en otoño'' espero seguir leyendo las demas obras,

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