Conocí a Elena Casero poco antes de que publicara Discordancias, cuando reseñó La terrible historia de los vibradores asesinos en su blog, y tuve ocasión de conocerla personalmente en la presentación en Valencia, donde, ya que estábamos, me hice con un ejemplar de la segunda edición de Tribulaciones de un sicario. Fue una buena compra.
El protagonista, Anselmo de la Rua, de pura pobreza de espíritu es un tipo más traslúcido que gris. Sin talento para nada ni ambición para tenerlo, dedica sus días a ver pasar las horas en la pensión donde sobrevive gracias a una renta vitalicia legada por su abuela. ¡Dónde ha llegado el pobre, tras haber vivido a cuerpo de rey en el palacete de su abuelo, un próspero empresario! Un palacete que, como el resto del patrimonio familiar, se había volatilizado al quedar Anselmo solo en el mundo; la causa, ciertos asuntillos jurídicos que no tuvo ganas de saber ni de intentar comprender. Dio todo por bueno y se quedó casi con una mano delante y otra detrás. En definitiva, un personaje cuya vida había sido como la de una pluma: había ido allá donde lo había llevado el viento.
Cuando la historia comienza, la renta dejada por la abuela ha desaparecido tras un chanchullo bancario. Necesitado de fondos, Anselmo de la Rúa ha decidido trabajar como sicario.
Con estos mimbres comienza una novela desconcertante (en el buen sentido), porque como el protagonista se mueve a merced de los acontecimientos apenas necesita información, y esa falta de información se “comparte” con el lector, a quien se deja situado ante un pánfilo incapaz de preguntarse qué hay más allá de sus propias narices. Siendo un libro escrito en primera persona por el protagonista, en buena lógica la información va llegando al lector a medida que las oxidadas neuronas de Anselmo van funcionando, lo cual es un proceso a menudo exasperante.
Y así nos encontramos con que el sicario recibe la encomienda de seguir a un tipo que va a ser asesinado no sabe cuándo, ni por quién ni por qué. Ni siquiera sabe con certeza quién le ha contratado. Tampoco se pregunta por qué todos los sicarios del grupo parecen ser enfermos terminales. Y, en el colmo, sus seguimientos a la víctima son tan desastrosos que la diferencia entre hacerlos y no hacerlos es inexistente, aunque Anselmo ni se llega a plantear las consecuencias de sus evidentes omisiones ni la inutilidad de seguir a alguien en los momentos en que se sabe dónde está.
Pero si el trabajo llega a captar su atención y, de esta forma, a activar su intelecto, es porque la víctima es el director de un museo instalado en el palecete donde Anselmo había vivido de niño. A sus oídos llega además que el tal director se declara legítimo heredero del mismo. A partir de este enlace con su propio pasado, Anselmo, creyendo trabajar como sicario, comienza a averiguar, en realidad, quién demonios es él mismo.
Haciendo de doña Celia, la dueña de la pensión con la que anda rutinariamente liado, su punto de amarre en el mundo, Anselmo echa mano de Antonio, otro de los huéspedes, como peculiar ayudante. Juntos van desentrañando entre husmeos y casualidades la historia de Anselmo, así como las razones de los asesinos; de esta forma lo vemos evolucionar desde el estado de “ameba” al de ser pensante, y del de amante rutinario al de enamorado, todo ello en el marco de una historia cuyos protagonistas apenas tienen un dedo de frente, exceptuando Anselmo, a quien hasta eso falta.
Dos cosas hay especialmente reseñables: la primera, el desconcierto que produce en el lector la mezcla de sinceridad con que se expresa el personaje con lo insensato de la mayoría de las situaciones, y la sensación de caos que produce hacer cosas inútiles sin saber por qué; una sensación de desconcierto que acompaña toda la lectura y que es un buen motor para seguir leyendo en busca de alguna certeza. Y en segundo lugar, quiero destacar el fino humor que destila toda la novela tanto por la inocencia de los personajes como por su comportamiento estrafalario: baste decir que Anselmo lleva tiempo retozando con doña Celia sin haberla tuteado jamás.
En resumen: un libro breve, que se lee bien, donde lo fundamental es un protagonista con el que resulta difícil no encariñarse a pesar de lo desesperante de su falta de carácter, porque si muchas novelas tienen por protagonista a un perdedor, Tribulaciones de un sicario lo protagoniza un perdido. Aunque si la novela se lee, se le encuentra.
Muchas gracias, Miguel Ángel, te agradezco mucho esta reseña.
ResponderEliminarUn gran abrazo
De nada. Por cierto, que no lo he dicho en ella, pero me sorprendió un poco porque, no sé por qué, esperaba una sicario más "al uso", aunque algo catastrófico.
ResponderEliminarEs un libro muy divertido, muy original. Además muestra la diversificación de Elena; su primera novela es muy distinta, igual que sus cuentos. Y en todos con esa pluma "afilada" y sin tapujos.
ResponderEliminarY conforme va pasando el tiempo, más claro se ve que el estilo de la escritura es verdaderamente particular.
ResponderEliminarAsesinos a sueldo, se busca sicario en España. Estuve muy intrigado por este tema y decidí hacer una pequeña investigación, me encontré esta página que tiene toda la información relevante de como se maneja este mundo y los contratos.
ResponderEliminarhttps://www.asesinosasueldo.org