Hay que ver qué capacidad tenía Sciascia para contar mucho en pocas palabras.
Un policía con prestigio recibe el encargo de investigar el asesinato de un fiscal. No tardará en ir teniendo más cosas que investigar, porque los jueces van cayendo uno tras otro.
Las investigaciones de Rogas, que así se llama el policía, le llevan a sitios previsibles: la vida de los finados, los delincuentes que han pasado por las manos de uno o varios de ellos, la posibilidad de un error judicial que esté siendo vengado... Pero todas esas posibilidades son “peligrosas”, y conviene no removerlas. La opinión pública, piensan los poderosos, se quedará mucho más tranquila con una solución más digerible, que no comprometa el prestigio del Estado, pues la justicia “no comete errores” y además todos sus representantes “llevan una vida ejemplar”.
Así que “los poderoros” hacen que Rogas investigue a los objetivos que menos duelen, sin darse cuenta que al final puede acabar investigando aquello que obstaculiza la investigación. Y si eso sucede, ¿qué harán “los poderosos”?
Lo sabrá quien lea esta magnífica y brevísima novela, aunque los orígenes sicilianos de Sciascia a cualquiera le permitirán barruntar que los finales felices son la excepción.
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