Una de las formas de captar la atención del lector es anticiparle un final truculento. Algo que despierte su curiosidad morbosa. Es lo que sucede en este libro, cuando las primeras páginas anuncian la muerte de la chica de la historia: una adolescente. Y para darle más morbillo quien cuenta la historia es otro adolescente: su novio.
El resto cuenta la historia del romance y la enfermedad, engordando el contenido con una vieja y algo macabra historia de amor del abuelo del protagonista, historia que enlaza con el final, supuestamente poético, dado a las cenizas de la chica.
Dice la contraportada que es un libro muy leído, y me lo creo, pero no porque sea bueno sino porque es morboso. No es que haga de la enfermedad un espectáculo, pero sí lo hace –aunque con cierta elegancia- del dolor y la forma en que las personas se enfrentan a la propia muerte y a la de los seres queridos.
En resumidas cuentas, no me ha gustado. Demasiado sentimentaloide. El tema de la muerte es universal, y lo mismo da para genialidades que para vulgaridades; igual que otros temas eternos, como el amor. Pero escribir bien sobre la muerte es muy, muy, muy complicado, y el autor no lo consigue. Si alguien quiere saber algo de qué se siente ante ella, de la mezcla sentimientos que provoca, tiene lecturas mucho mejores. ¿Alguna recomendación? Historia de los siete ahorcados, de Andreyev, que leí hace poco y he comentado en este mismo blog O el magnífico prólogo de El Final del Ave Fénix, de Marta Querol, editado en Aladena.
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