Qué poco humor tenía que haber en este país para que Tres sombreros de copa tardara tanto en poder estrenarse y “entenderse”. Lo entrecomillo porque tampoco es sencillo encontrar un mensaje en esta obra: el lance que detalla más parece una excusa para pasar un buen rato que para llegar a alguna conclusión. Aunque si he de llegar a una me quedo con el final, con la última palabra de Paula que antecede al telón, y que muestra hasta qué punto la vida, toda la vida, es en el fondo risible. ¿De qué nos preocupamos cuando la causa de todas las alegrías y los pesares viaja dentro de nosotros mismos?
Siendo ya un clásico del teatro español, recordar el argumento parece ocioso, pero allá va: Dionisio va a casarse, y pasa la noche previa en el peculiar hotelito de un no menos peculiar don Rosario: un hostelero capaz de meterse en la cama de los huéspedes los días de frío para darles calor. Allí pernocta también una caterva de personas del mundo del espectáculo, y Dionisio ve en una de ellas, en Paula, cosas que no había visto nunca. La tentación, en esa última noche de soltero, llama a su puerta. El dilema entre lo que uno debe hacer y lo que le apetece, el miedo al futuro, a comprometerse sin haber reflexionado ni conocer nada del mundo, lo que de renuncia tiene el compromiso, todas estas sensaciones se adueñan de él y ponen su virtud y su futuro en un brete, de la mano de una Paula que quiere ser precisamente como no es. Aunque paradójicamente Dionisio se fija en Paula por lo que es, cuando ella en el fondo envidia a la prometida de Dionisio.
Y es al hilo de estas situaciones cuando podemos ver algunas de los diálogos más divertidos del teatro español. Un ejemplo, hoy políticamente incorrecto, del diálogo entre Dionisio y el negro Buby:
«DIONISIO. (Para romper, galante, el violento silencio.) ¿Y hace mucho tiempo que es usted negro?»
Una obra en la que el absurdo juega un papel fundamental, aunque sea un absurdo ligero, aprovechando lo que de imposible ponen a tiro las circunstancias, a diferencia, de, me viene a la cabeza, La cantante calva, en la que el absurdo es tal que de nada le sirven las circunstancias. Un absurdo, por tanto, inteligible, más vinculado al humor que al pasmo, un humor que resulta a menudo de que la lógica del lenguaje no respete la lógica de la realidad.
Y qué pena es que Miguel Mihura no sea más conocido en la actualidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario