Desde que la memoria alcanza, es muy difícil que un buen lector pueda perder toda su biblioteca. Puede olvidar un libro en un bar, dos o veinte, pero para perder todos debe sufrir un incendio o algo similar. En cambio, cuando se generalice el ebook será posible que un despiste se lleve por delante toda nuestra biblioteca, o una parte significativa. Los miles de páginas que viajan en una tarjeta de memoria pueden evaporarse por un descuido, por una mala manipulación, por quedar en el coche aparcado al sol o por accidentes que ahora nos parecen nimios: en una copa derramada pueden naufragar las lecturas de toda nuestra vida. ¿Se imagina alguien lo que puede significar que toda su biblioteca vuele de un plumazo?
Al hilo de esta idea, que apunté el otro día en una breve conversación de Facebook, me ha dado en pensar que las diferencias entre el libro y el ebook van mucho más allá del formato y el espacio que ocupan. Una tarjeta de memoria tiene el mismo aspecto vacía que con 20.000 libros en su interior. Pero una estantería no.
Los libros en una casa son algo más que papel: cuentan mucho de sus propietarios. Los libros, más allá de lo que dice su letra, son cotillas. Si, por ejemplo, los ordenáramos cronológicamente, en función de la fecha en que entraron en nuestra casa, tendríamos una idea bastante aproximada de nuestra vida. Podríamos comprobar cómo han variado nuestros intereses a lo largo de los años; nuestras inquietudes; nuestras aficiones (literarias o no, como demuestra aquel manual de tal o cual cosa); nuestras aspiraciones intelectuales (¿quién no ha comprado un libro “de culto” con la intención precisamente de, alguna vez, “rendirle culto”?); podríamos averiguar el concepto que hemos ido teniendo de nosotros mismos (hace falta tener buena opinión del propio intelecto para atreverse con según qué libros); nuestra situación económica (ediciones baratas de clásicos, cuando uno era estudiantillo, estaba en el paro o ganaba cuatro perras, y novedades y ediciones más caras cuando ha conseguido un buen trabajo); podríamos ver cómo en fechas significativas aparecen libros “extraños”, delatando los intereses y aficiones que nos suponían los familiares y amistades que nos los regalaron; e incluso podríamos bucear en el tiempo libre que hemos tenido o en cómo lo hemos ocupado (este año compré muchos libros porque tuve tiempo para leer cuando me rompí la pierna, y este otro apenas entraron en mi casa porque estuve muy ocupado por el trabajo, porque tuve trillizos o amoríos que no dejaron tiempo para más); incluso, si esa biblioteca andan los libros heredados, podríamos ver de dónde venimos, cuáles eran los intereses, gustos y ambiciones de nuestros padres, que en buena medida también explican cómo somos.
Todo esto y mucho más está en nuestras estanterías, estén los libros ordenados o en un completo caos. Y ni que decir tiene que la forma en que se presentan a nuestros ojos también dice mucho de nosotros.
Por eso cambiar papel por ebook implica, guste o no, renunciar a ver a cada momento qué fuimos, e incluso qué quisimos ser. Y uniformiza el "aspecto" entre lectores y no lectores. Y lo uniformiza, me temo, a la baja. En definitiva, los libros en papel, solo por estar ahí, nos ayudan a ser más conscientes de nosotros mismos.
Bueno, Miguel, lo que dices es muy interesante y bonito, pero yo estaba pensando en Jaume Torrella, un náufrago que conozco… Verás, cuando decidió naufragar, Jaume (que es muy aficionado a la lectura) pensó en llevarse a su isla un lector electrónico bien cargadito de libros de los llamados virtuales. Luego cayó en la cuenta de que ese lector electrónico de poco le serviría, pues enseguida se quedaría sin batería. Se decidió, entonces, por seleccionar dos o tres volúmenes en papel, de los de toda la vida, pero, al naufragar, los libros se le mojaron y quedaron hechos una pena. Con mucha paciencia los fue secando al sol. No sirvió de nada, porque cuando ya estaban secos fueron devorados por un ejército invisible de hongos y otros bichos. Así que Jaume decidió que el mejor lugar para que vivieran sus libros queridos era su memoria, como en el país de los “hombres libro”.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por tus buenos deseos,
Teresa
Solo por ser puntilloso, jejeje: a la memoria, ¿desde dónde entran los libros?
ResponderEliminarY ahora, por darle una solución al náufrago: el mejor libro para cada uno es que el escribe, porque es el que vive con más intensidad, y el único que de verdad está dentro de él. Dicho de otro modo: cuando no hay libros, solo queda escrbirlos.
;-)