El ladrón de meriendas (Serie Montalbano, 3)
Creo que ya dije que ando empecinado en leer las novelas de Montalbano en el orden en que fueron publicadas. Primero, porque es frecuente encontrar referencias a las anteriores y, sobre todo, para ver la evolución del personaje.
En esta trama, donde se mezcla, como en otras, lo cotidiano con lo trascendente, lo que inicialmente parece un crimen pasional se complica hasta alcanzar vinculaciones con el terrorismo internacional. Y todo, además, sin que Salvo Montalbano pierda el buen humor, porque si algo caracteriza al personaje en esta novela es el desenfado con que hace su peligrosísimo trabajo. Es un comisario menos preocupado que otras veces, más contento e incluso más alocado. Un poco como en El perro de terracota, historia en la que casi investigaba “por pasatiempo”, dado que se trataba de un crimen de hacía décadas, pero en esta ocasión el crimen es presente, lo cual supone un “plus” de inconsciencia en la alegría con que Montalbano asume el peligro. Y además, para dar todavía más liviandad a su humor, incluso avanza en su “plan de vida” de solterón recalcitrante.
Leer en este orden sirve además para ir conociendo poco a poco a los secundarios; el reencuentro produce sensaciones agradables, y cada vez se aprende algo nuevo sobre ellos.
El sentido del humor está presente tanto en los personajes como en las valoraciones que realizan, así como en muchas aseveraciones del autor. Incluso uno de los momentos “cumbre” (que por no destripar solo diré que transcurre al final, en casa del comisario), es de una violencia que resulta cómica y que incluso en parte vivida es así por quien la ejercita: como una ópera bufa. Precisamente ese momento, siendo divertido, culmina también un tono de farsa que tiene el mérito de no influir en lo que de trágico tiene la historia; y es que esa es otra: pese al tono, las consecuencias de los crímenes no dejan de afectar al corazoncito del lector.
De nuevo, me temo, tampoco estamos en presencia de un crimen “normal”, sino que al final, cómo no, como siempre, aparecen contubernios que dificultan la correcta aplicación de la justicia. Quizá por eso cae tan bien el personaje, porque aunque su afán de justicia se topa con un fracaso tras otro, él puede dormir con la conciencia tranquila. Aunque eso no deja de producir la sensación de que Montalbano deja siempre todo a medias.
Una última cosa: como siempre, ojo a la cocina.
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