Magnífica novela negra que
transcurre en Argentina. Negra en el sentido puro, porque Que de
lejos parecen moscas narra la historia del delincuente desde su particular posición
en el mundo.
El protagonista es un tal Machi,
un caballero que hizo negocios durante la dictadura argentina, siguió
haciéndolos tras ella y en ambos periodos prosperó a base de contactos y pocos escrúpulos. Aunque
está muy lejos de ser un verdadero rico, él cree serlo al saberse propietario del
sueño de cualquier muerto de hambre con espíritu pequeñoburgués: un diminuto
imperio consistente en buena casa, carísimo coche, diez millones de dólares en
el banco, una esposa-prisionera que le ha aportado abolengo, afición a las
drogas, incluyendo viagra y, sobre todo, poder para decidir sobre la vida de de
las personas a las que puede prostituir o echar a la calle por cualquier estupidez o a las
que puede apoyar o traicionar cuando los «negocios» así lo exigen. Negocios que
consisten, básicamente, en ganar a toda costa y permitirse todos los caprichos –personas
incluidas- para disfrutar de la sensación de poder. Utiliza a las personas como
a seres de usar y tirar y a las mujeres como simples objetos sexuales que compra y desecha. Un «hombre hecho a sí mismo» que, como todo autor, cree
haber firmado una obra maestra incluso cuando el resultado, como es el caso, es
una apestosa deformidad.
Machi está tan pagado de sí mismo
confunde vivir y atropellar, como si el resto del mundo fuera a aplaudir y a
admirar su poderío. Por eso se lleva un buen sofoco el día en que descubre que
alguien le ha dejado cierto regalito en el maletero de su BMW de 200.000
dólares: el cadáver de un desconocido maniatado con las esposas rosas con las
que Machi suele jugar con sus amantes. ¿Quién habrá sido el hijo de su madre capaz
de hacer algo así, si él no tiene enemigos?
Machi demuestra su calaña cuando
intenta desembarazarse del muerto como sea sin preguntarse si quiera quién pueda ser. El
proceso de librarse del «regalito» corre parejo a las reflexiones y recuerdos
de Machi, en los que trata de averiguar quién puede ser el responsable del
desaguisado. Así, del inicial «no tengo enemigos» va pasando, poco a poco, a
una lista que permite ir conociendo y despreciando al personaje, el cual, en
cuanto piensa que ya ha solucionado «el problema» sin nombre que le han metido
al maletero, se siente de nuevo tan satisfecho de sí mismo que comienza a
olvidar a esos eventuales enemigos, toda esa gente a que no es consciente de ir
pisoteando y de quienes no espera acción alguna porque él se siente muy, muy
alto, tanto que a los lejos todos los demás parecen moscas, y como a moscas los
trata.
Una novela breve, muy bien
escrita, con numerosos giros y expresiones argentinas, un ritmo endiablado,
considerables dosis de violencia y un mensaje a transmitir. Ah, y con un
magnífico final.
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