Serie Sebastian Bergman, 3
Cuando
dos personas competentes son capaces de formar un equipo compenetrado, los
resultados son excelentes. Es lo que sucede con Michael Hjorth y Hans
Rosenfeldt. Sus novelas carecen de cualquier complicación estilística y de todo
atisbo de belleza, pero, sin embargo, la acción está narrada de tal manera y la
información distribuida de tal modo que hacen disfrutar al lector excitando
continuamente su curiosidad y, con ella, el deseo de leer.
Únase a
eso que, junto a la trama que justifica cada novela, existe otra, paralela, que
afecta a los protagonistas y provoca el deseo de leer de inmediato la siguiente
novela de la saga, porque las vicisitudes personales de Sebastian Bergman y el
resto de los personajes de la unidad de homicidios son de una virulencia
emocional como no recuerdo haber leído, hasta el punto de que su interés
supera, con mucho, el de cada caso concreto.
Se nota
que Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt son guionistas. Y buenos.
En Muertos prescindibles el lector disfruta de una historia de historias que acaban
convergiendo. Nada original, pero qué bien organizado. Por una parte, el
hallazgo en mitad de la montaña de una fosa con media docena de cadáveres. Por
otra, las desventuras de una inmigrante afgana, víctima de todo machismo, en su
lucha por averiguar qué sucedió con su marido desaparecido muchos años antes.
En tercer lugar, las actuaciones de unos oscuros caballeros y, finalmente y por
supuesto, el modo en que el trabajo de la unidad de homicidios da ocasión a que
evolucionen las relaciones entre sus integrantes; relaciones que, aunque muchos
de ellos lo ignoran, transcurren siempre al borde del más profundo precipicio.
Y además, el modo en que los pequeños detalles de la historia acaban dotados de
sentido más adelante hacen aún más evidente el diseño de la novela como una
maquinaria de precisión.
Este
planteamiento permite que en Muertos prescindibles, a diferencia de en las
anteriores novelas, el insoportable Sebastian Bergman tenga un papel
testimonial en la investigación aunque, en cambio, ocupa el centro de la
historia que trasciende la novela haciendo algo pintoresco y atractivo: por una
vez obtiene –en gran medida gracias a su capacidad de análisis psicológico-
buena parte de lo que desea –siempre a costa de que otros vivan engañados- pero,
a la vez, su egoísmo y su miedo lo conducen a cometer alguna que otra canallada
que, de descubrirse, aniquilarían sus trabajados éxitos.
Ahí
radica también parte del éxito del personaje: en cómo de un modo innoble
persigue fines nobles o al menos comprensibles. Esa contradicción lo hace
atractivo, porque el deseo de justicia del lector oscila constantemente y lee y
lee no solo para conocer el desenlace, sino para poder posicionarse.
En
definitiva: un excelente trabajo que solo traslada ciertas enseñanzas evidentes
acerca de la interpretación psicológica de actos cotidianos, pero que hace
disfrutar de la lectura como entretenimiento, y todo haciendo surgir en el lector la pizca de humor necesaria para sentir cierta simpatía por el impresentable protagonista.
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