Brevísima
obra –se lee en alrededor de una hora- que lo mismo puede ser lectura juvenil
que para adultos, porque así como más de un adolescente se reconocerá en el
protagonista, no serán pocos los padres a quienes algunos pasajes les hagan
reflexionar sobre sus aciertos y errores y, en especial, sobre cómo su
comodidad o su egoísmo acaba perjudicando a sus hijos por más que una y otro se
excusen y disfracen de interés hacia ellos, de disposición a hablar y a adoptar medidas. Lo peor de esta obra, que recuerda demasiado
a las típicas historias cortitas, sensibleras y que apelan al placer de dejarse
llevar por la lágrima fácil.
El
fondo del argumento no es muy original: una variante más de mil historias de
superación con alguna escena muy cinematográfica. El chaval protagonista es un
desastre en los estudios. Sufre en el colegio. Sin embargo, le encanta hacer
chapuzas e «inventos» en el cobertizo de su abuelo, un ingeniero jubilado. La
historia narra, brevemente, el proceso de huída de lo que atenaza y, para que
la liberación no sea un fracaso más, de simultánea búsqueda del éxito por caminos
alternativos a los previstos por defecto. Por eso la moraleja implícita más
evidente quizá deje como están a todos quienes, simplemente, están
desorientados. Sin embargo, tras esa primera reflexión puede hacerse otra: el
primer paso en la vida siempre es saber lo que uno quiere; y es que como decía
no recuerdo quién, si uno no sabe dónde va, acabará en otro sitio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario