Qué
gran escritor es Juan Marsé. Incluso novelas como esta, que posiblemente pocos
cuenten entre las mejores que ha escrito, son buenísimas, enriquecedoras y
entretenidas.
Que
además el protagonista sea un trasunto del propio Marsé (de hecho en alguna
entrevista ha calificado esta novela como la más autobiográfica que ha escrito)
le da, a estas alturas de su vida, experiencia y prestigio, un enorme valor
añadido.
El
motivo de la novela es doble: reflexionar sobre la memoria (esa puta tan distinguida, la califica
pronto en un juego de palabras en alusión a alguno de los
personajes que luego aparecen) y, también, «desahogarse» (uso en esta expresión
porque en otras entrevistas Marsé dijo que no había querido «ajustar cuentas») dando
una tristísima visión del cine español –presentado
como opuesto al arte y volcado en el dinero fácil- y repartiendo contundentes
collejas a personas fácilmente identificables.
Esto
último no es lo más importante del libro, pero llama la atención, por momentos le da un notable punto humorístico y legitima la pregunta de hasta qué punto Marsé ha acabado legítimamente harto del mundo del cine en un entorno «literario» en el que (por eso lo entrecomillo)
son legión los escritores que venden su alma al diablo del cine por considerar
el colmo del éxito que sus obras sean llevadas a la pantalla, con independencia de si
en ella las destrozan o no. Que sean adaptadas al cine o a la televisión, sea como sea, sin
preguntarse quién lo va a hacer ni cómo. Se acepta lo que sea venga de quien
venga para que la novela llegue a esos formatos. Marsé, que a
diferencia de toda esa tropa respeta su propia obra, se presenta en Esa puta
tan distinguida como un escritor reconocido que, al comienzo de los años 80,
recibe un encargo intelectualmente vergonzante que acepta por dinero: hacer el
esbozo de un guión para una película más o menos «conceptual» que perpetrarán
un director mediocre e ideologizado junto a un productor no mucho mejor, una
vez que hayan metido mano al esbozo para poder atribuirse la autoría y que, de paso, no
lo reconozca ni la madre que lo parió.
La idea
que ha de inspirar la película es un hecho acontecido en 1949. Entonces, en un
cine de barrio en la Barcelona de posguerra, el operador de la sala de
proyección mató en ella a una prostituta, estrangulándola con la cinta de la
película: Gilda. Pero, como le indican al Marsé-personaje, lo de menos es reconstruir
los hechos, que aparecerán o no en la película y bla, bla, bla; más bien se
trata, parece decirse, de hacer un análisis de la memoria colectiva para realizar análisis
crítico del franquismo y más bla, bla, bla.
El
Marsé-personaje trata con displicencia este encargo. A fin de cuentas no ha de
ser su obra, sino la de otros cuyas entendederas y capacidad tendrían un amplio
campo de mejora si fueran más espabilados. Es más: tan convencido está de que
el resultado será un bodrio que se diría que cuanto menos se sepa de su
participación, mejor. Sin embargo, honesto intelectualmente consigo
mismo, desea hacer un trabajo digno, para lo cual, además de
indagar en los periódicos y en el expediente policial y judicial de aquel
crimen, de tarde en tarde comienza a citarse en su propia casa –un ático-, con
el asesino, un hombre ya sesentón con algún indicio de demencia incipiente y
que además fue sometido en el «célebre» manicomio de Ciempozuelos a experimentos
para «desprogramar y reprogramar» su memoria criminal, hechos que Marsé aprovecha para lanzar una fuerte crítica, a través de un coronel psiquiatra, al doctor Antonio Vallejo-Nágera, que algunos han llamado «el
Mengele español». Bajo personajes de nombres supuestos pero con cierta coincidencia fonética, es sencillo identificar las dianas a las que Marsé dispara sus dardos.
La
novela tiene una estructura particular: comienza con una entrevista al
Marsé-personaje en la que no figuran las preguntas, aunque se sobreentienden, y
continúa alternando las vicisitudes del encargo, los diálogos con el asesino, Fermín
Sicart (que afirma recordar los hechos pero no por qué lo hizo), el esbozo de
escenas que el Marsé-personaje imagina y la participación, que también aporta
sus toques de humor, de la empleada del hogar del Marsé-personaje: una señora entrada
en años que durante un par de ellos regentó una tienda de recuerdos
cinematográficos heredada de su padre y cuya osadía, cultura e inteligencia
casan mal, lo cual genera un divertido contraste, con el estereotipo.
Lo más
interesante de la novela, sin duda, son las confesiones de Sicart. Como cobra
por las sesiones, su reticencia a contar el momento del crimen tiene varias
lecturas: desde el trauma doloroso de recordar hasta una estrategia para aumentar el número de entrevistas y cobrar más. Pero lo cierto es que su entrevistador no tiene
prisa, y en el proceso de conocer a las personas involucradas en el suceso van
apareciendo las vivencias, traumas y mentiras que permiten conformar la
personalidad de cada cual, tras las que afloran las posibles razones de muchas
cosas que hubiera quedado en el aire de limitarse el asunto a la escena del
asesinato, la cual, no obstante, precisamente por el modo en que se evita, acaba
convirtiéndose en uno de los acicates para seguir leyendo.
En
paralelo, pero no casualmente, el mundillo del cine sigue haciendo de las suyas
y, como última y violenta crítica, se muestra cómo el trabajo del
Marsé-personaje va a ser igualmente aprovechado cuando el proyecto y las
personas que se lo habían encargado cambian totalmente. Hasta ese punto se
«respeta» el trabajo intelectual, que lo mismo se usa para una cosa que para la
contraria. Estiércol da igual para qué cultivo en un cine emparentado con la telebasura. Memorable es el
currículo del director que expone el Marsé-personaje, y lo es, entre otras
cosas, porque por desgracia en la realidad la fama, el dinero y el poder en la
industria cinematográfica han corrido anexos a historiales similares. Al final,
incluso, cuando la reconstrucción de la memoria de Fermín Sicart ha dotado a la
historia de asesino y víctima de la dignidad anexa a quien sale derrotado de la desesperada lucha por superar una infancia y una vida dura, torcida y exenta de afectos, el mundo del
cine «evoluciona» hasta transformar la historia en una mamarrachada que no cuento porque más
vale leer la novela y que cada uno saque sus propias conclusiones no solo sobre el
cine, sino sobre el valor de la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario