La muchacha de las bragas de oro (1978) es una gran novela cuyo mérito el lector apreciará mejor si es capaz de situarse en el momento de su escritura y publicación. Si en 1978 dos cosas impactaban en España, eran la política y el sexo. Ambas eran dos formas de alejarse del régimen franquista; la primera, la más obvia por los cambios institucionales en marcha; el segundo, por lo que tenía de oposición a la moral impuesta. De hecho, ya solo el título resultó escandaloso a mucha gente. Aunque esta novela es mucho más.
El protagonista, Luys Forest, es un falangista que en su día se dedicó a glosar las glorias del franquismo; luego se atrevió con algunos libros de éxito relativo, pero llegados los años 70 nadie se acuerda de él. En ese momento, ya sexagenario, se marcha a Calafell, el pueblo de Tarragona donde está situada una vieja casita familiar, un pueblo pequeño donde conviven los primeros turistas y los últimos pescadores. En él pretende escribir sus memorias.
Aunque ha ido buscando soledad, en la casa se aloja otra persona: su sobrina Mariana, la muchacha de las bragas de oro. Está allí para hacer una suerte de reportaje sobre su tío para la revista en la que trabaja su madre. Sin embargo, el encargo es una excusa. Mariana ha sido enviada allí para ver si, ayudando a su tío, sienta la cabeza.
Pronto ve el lector que durante ese verano Luys Forest no pretende en realidad escribir unas memorias fidelignas, sino maquillar su pasado para reconvertirse en un demócrata. Quien en su día buscó su propia gloria echándose entusiastamente en brazos del bando del ganador, trata de seguir manteniéndola haciéndose seguidor del nuevo poder. Se trata de una figura muy en boga en esa época, el “demócrata de toda la vida” que había prosperado en la dictadura “pese a la dictadura”, y que no quería perder su estatus en la democracia. El maquillaje implica, sin embargo, imaginación y falsedad. Y al mismo tiempo nos introduce de lleno en la miseria moral y la vanidad. El interés del protagonista en mostrar su vida como algo digno de ser respetado e incluso admirado en los tiempos venideros choca con su completa soledad, con el olvido en el que está sumergido. Aunque de cara a sí mismo se mantiene con cierta dignidad, pese a su porte podríamos decir que elegante y sereno, el espectáculo de un hombre que trata de engañar a todos y ni siquiera encuentra a nadie a quien engañar, es patético.
Juan Marsé |
Pero además Mariana juega otro papel más importante: el de enfrentar a Forest a sus propias mentiras. Porque Mariana es de la familia, y sabe unas cosas, ha oído hablar de otras, y por aquí o por allá siempre hubiera podido sacar los colores a su tío, si es que este se dignara en ruborizarse, porque ante el descubrimiento de la mentira reacciona con la misma falsedad con la que ha vivido: tratando de hacer ver que la mentira forma parte de la realidad y que, en consecuencia, tan realidad es la deformación de la mentira como la propia realidad.
Con lo cual entramos de lleno en un tema clásico de la literatura: hasta qué punto la ficción puede sustituir a al mundo real.
Esto lo hace el personaje rememorando y recomponiendo su propia vida y la de su entorno más próximo: su esposa, su cuñada y madre de Mariana (también llamada Mariana) y los dos hombres que pulularon alrededor, todo en un entorno de posguerra donde la afiliación al régimen y la participación activa en él otorgaban un protagonismo y un sentimiento de superioridad moral que, con los años, terminó por venirse abajo dejando a muchos completamente desorientados.
La novela se construye, por tanto, mirando al ayer hasta alcanzar el presente. En ese recorrido vemos las triquiñuelas del protagonista para inventar el pasado (es la presencia de Mariana, con su conocimiento y sus observaciones descaradas, lo que permite que Luys Forest no engañe al lector). El personaje aprovecha no solo para decir que hizo lo que hizo muy a su pesar (es decir, aprovecha para “democratizarse” un poco) sino para, ya puesto, incluir en su vida algunos episodios con los que siempre soñó, esos sueños que todo el mundo tiene y que nunca se hacen realidad.
Y es así, conforme la presencia de los sueños va ganando peso, como se llega a un final sorprendente, genial incluso, en el que la ficción y la realidad se han mezclado de tal manera en la cabeza del protagonista que cuando tanto él como el lector llegan, súbitamente, a la verdadera realidad, todos, lector y personaje, quedan anonadados.
Una novela excelente, comprometida con su tiempo y a la vez intemporal, con un dominio del lenguaje y la estructura que justifican que su autor, Juan Marsé, que la publicó con 45 años, sea considerado hoy uno de los grandes. Y una novela que también nos recuerda, permítase la anécdota, que los grandes premios literarios de la actualidad tuvieron épocas bastante mejores.
Me encantó
ResponderEliminarGenial reseña. Un saludo.
ResponderEliminarJM
¡Gracias!
ResponderEliminarMuy buena reseña, gracias.
ResponderEliminarMucha graicas a ti por leerla ;-)
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