Casi un cómic novelado (hasta
incluye numerosos dibujos del autor), Huída
hacia el sur narra las aventuras en la Polonia comunista de tres muchachos,
el Gordo, el Flaco y el Mediano, en compañía de un “simio” (así es llamado) que
es en realidad “el eslabón perdido”.
En un
pueblecito donde nunca pasa nada, donde el aburrimiento alcanza cotas
inauditas, donde el mayor lujo en materia de ocio es rascarse, llega un día una
limusina tremebunda y, enganchado a ella, un remolque de madera de considerable
altura, cerrado con un candado. El conductor es Mefisto Kovalsky, que lleva al
pueblo toda una atracción: la posibilidad de ver a Godot (una travesura del
autor, haciendo un guiño a la célebre obra de
Samuel Beckett). El lector y los habitantes sospechan que el misterioso Godot
es quien viaja en el remolque, y movidos por esa curiosidad los tres muchachos
se dedican a husmear en el él. Allí encuentran al simio, que les pide ayuda
para regresar a su Sumatra natal.
Así comienza
una peripecia en la que los ayudantes son en realidad un estorbo, en la que el
ayudado es todo en héroe, y en la que además de enfrentarse a una deformada
realidad, el malvadísimo Mef Kovalsky –que parece tener poderes sobrenaturales
para anticipar sus pasos- les pisa los talones con intenciones malísimas para
la salud.
El
libro es la historia de esa huída, pero en medio hay unas cuantas críticas. La
más contundente la encarna el propio simio: de todos los personajes el más
inteligente, el más audaz, también el más honrado, es aquel que no ha llegado a
ser un ser humano. A partir de esa idea, se pueden abrir múltiples
interpretaciones en función de lo que simbolicen los otros personajes, el más
significativos de los cuales, por su carácter tiránico, opresor y omnipresente
es Mef Kovalsky.
Slawomir Mrozek (1930-2013) |
Crítica
con mala sombra, a través de humor cuya sutileza se ve reforzada, y vuelvo al
principio, por ser una obra literaria que enlaza, por los hechos y las formas,
con el mundo del tebeo.
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