En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 17 de marzo de 2014

Intercambios – David Lodge




          Rummidge es una ficticia ciudad inglesa, incómoda y gris, con una universidad de tres al cuarto, que por algún sitio he leído que está inspirada en Birmingham.

          Euforia es estado norteamericano ficticio, cuya universidad, Eufórica, está en la también ficticia ciudad de Plotinus. La inspiración, en este caso, es California y la universidad de Berkeley.

          En Rummindge vegeta el profesor de literatura Swallow, cuyo prestigio es tan inexistente como sus ganas de trabajar o de meterse en problemas. Aunque Philip Swallow no es un jeta, sino un simple incapaz. Está casado con una mujer gordita y tradicional, con la que forma un no menos tradicional y apacible matrimonio con dos hijos y alguna apretura económica.

          En el departamento de literatura de Eufórica hay una lumbrera: Morris Zapp, un tipo soberbio a punto de divorciarse (ya lo hizo otra vez), con un tremendo prestigio y especialista en Jane Austen.

          Alrededor hay, además, toda una caterva de personajes cuya misión en la vida es ser los obstáculos que irán guiando el destino de los otros dos.

          La novela comienza cuando ambos profesores están volando, el americano Inglaterra y el inglés a Estados Unidos, para intercambiar sus plazas durante seis meses, dentro de un programa de colaboración con un origen tan estrafalario como las causas que han conducido a uno y a otro a participar en él. Para Swallow es una oportunidad. Para Zapp, una huída.

          La cuestión es, como aventura el título, que las cosas se conjugan de forma que lo que los profesores acaban intercambiando no es solo el puesto, sino muchísimas más cosas.

          Swallow se enfrenta a un mundo mucho menos convencional, más libre, donde todavía hay cierta “resaca hippy” (la novela está publicada en 1975) y altercados sociales. Él, tan tradicional y pacato, se enfrenta además a la tentación de la carne y a algunas otras más.

          Zapp, por su parte, se integra en una sociedad preocupada por el qué dirán, chapada a la antigua y en la que hay que hacer proezas mentales para no aburrirse como una ostra.

          Mientras el uno se pasma, el otro suelta maldiciones. No es infrecuente encontrarse en la literatura inglesa de humor con la mala opinión que los ingleses tienen de los americanos o viceversa, y quien así la tiene suele expresarla en términos que reducen al otro a la condición de troglodita, amén del juego que da la diferencia de climatología.

          Es el narrador quien nos cuenta los primeros pasos de cada uno en cada sitio, pero enseguida vamos sabiendo los hechos a uno y otro lado del Atlántico, en diferentes versiones, de boca de los propios personajes, mediante las cartas que se cruzan los matrimonios, hasta que finalmente el narrador retoma su papel  antes de desembocar en un final peliculero en el sentido literal, porque si hasta ese momento la novela tiene una indudable influencia del cine, el final es casi un guión. Esa forma de finalizar el libro, por cierto, no me ha gustado. Le hace perder enjundia y lo vuelve más intrascendente. Trivializa todo lo hecho hasta el momento. Dicho lo cual, el final en sí (al margen de su forma) deja una sensación regular, como si el autor no se hubiera querido complicar la vida. Es, sin duda, lo menos trabajado.

          Dicho todo esto añadiré que es un libro de humor al estilo inglés, aunque mucho más parecido a los que he leído de Wodehouse (por la tranquilidad con la que discurre la acción y por el “saber estar” de la mayoría los personajes) que a los de Sharpe (con quien he visto que se compara a Lodge), aunque esta es la primera novela que leo de David Lodge. Es decir, se trata de un humor que surge más del espíritu con que se cuentan las cosas, del desenfado al narrar, que de la acción en sí. Con Sharpe solo tiene en común algunas escenas, pocas, que oscilan entre lo absurdo y lo grotesco, pero mientras que en Sharpe son continuas y entre todas forman la novela, aquí son esporádicas, con lo que en alguna ocasión acaban desentonando un poco.

          La novela es deudora de su tiempo por alguna cosa más aparte de las señaladas, como por las abundantes alusiones sexuales. De hecho, llega un momento en el que el título, Intercambios, claramente está aludiendo a la práctica del intercambio de parejas. El sexo está muy presente en todo el libro, pero no porque los personajes sean libertinos sino porque se nota que es un tema que interesa al autor, el cual aplica a su manera la idea que no recuerdo quién expresó diciendo que “el amor es el recurso supremo de los ociosos”. Y personas ociosas, en Intercambios, hay muchas. 



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