Una muchacha joven, muy joven, aparece muerta en un
contenedor. El primer sospechoso es el hermano de su mejor amiga, con quien la
fallecida había concertado una cita a la que, según el muchacho, nunca llegó.
El lugar, Pineta, un ficticio pueblo costero donde Massimo regenta un bar.
¿Y quién es Massimo y cómo es el bar? Lo primero está claro.
Lo segundo, no tanto. Massimo, que ha estudiado matemáticas, ha aprovechado un
premio en una quiniela para abrir un bar y vivir de él, con lo que es de
suponer que su apego a las matemáticas no debía de ser excesivo, aunque,
contradictoriamente, por el autor destaca el hecho para hacernos ver que no es un camarero corriente. Pero si no lo es, se debe a
su antipático empecinamiento en decir a los clientes lo que deben tomar y lo
que no. Más complicado de explicar es el BarLumen o Bar Lumen (que de las dos formas
está escrito en el libro), ya que es un bar que parece valer lo mismo para un
roto que para un descosido, y del que no resulta fácil hacerse una idea. La constante presencia de unos ancianos
(entre ellos el abuelo de Massimo) y el hecho de que vean en el bar la
televisión, lo acercaría al concepto de “bar de barrio”, pero hay datos contradictorios
con esa idea. En el bar, además, trabaja en otro turno una “camarera cañón” (es
la terminología más adecuada a juzgar por cómo la describe el autor en un
estilo indirecto que nos muestra unas prioridades en Massimo que luego no
acaban de confirmarse) que si por una parte trata de llevar su propia vida, por
otra acata dócilmente las órdenes de un jefe que, las más de las veces, se
permite una bromas que no parecen del todo justificadas a la vista de que la
confianza entre ambos no se extiende más allá del trabajo. Con estos datos, el
retrato de Massimo es el de un hombre joven más cerca del currito pelagatos y presuntuoso
que del currante esforzado y modesto.
Si hablo de Massimo es porque él es el protagonista. Es él
quien “descubre” a la muerta, después de que el borracho que en realidad lo
hace acabe en el bar buscando un teléfono. El hecho se conoce, porque la
localidad es pequeña, y eso provoca que a Massimo lleguen ciertas confidencias
que escapan al comisario local, un hombre avasallador e impulsivo, pero también
torpe y comodón. Estas informaciones, comentadas humorísticamente con el grupo
de ancianos, con los que Massimo mantiene una gruñona relación de amor-odio, dan el
sello a una novela de intriga con notables concesiones al humor costumbrista,
entendiendo por tal las chanzas con las que el común de los mortales tratamos
de hacer más llevadera la rutina. El camarero-detective obra movido unas veces
por la curiosidad, y otras por el sentido del deber.
Es una novela breve, con un argumento ligero y un final que
pretende ser sorprendente sin llegar a serlo quizá porque hay pocos mimbres
para sorprender a nadie, y está escrita de una forma sencilla, que pretende ser
irónica, pero con un estilo algo deslavazado, que no acaba de cuajar. Como si Malvaldi fuera un aprendiz de Camilleri al que todavía le queda un
largo, larguísimo trecho para acercase al maestro.
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