Y el bocadillo subió a Internet
Hay quienes –y son multitud- ante un bocadillo de tortilla
de patata no resisten la tentación de fotografiarlo con su teléfono inteligente
(antes eran unos aparatos bastante bobos) y enviar la imagen al mundo, vía
Facebook, Twitter o lo que sea, acompañada de un comentario ingenioso, como por
ejemplo “bocadillo de tortilla de patata”, "ñam" u otros igual de poéticos.
Quizá sea una reminiscencia del pasado. De cuando en los tendederos de los balcones ondeaba sin pudor la mal llamada
ropa interior, que de esa guisa no podía ser más exterior. Tendederos que
delataban posaderas donde no se ponía el sol y coqueterías que más valía no
imaginar, tendederos donde gayumbos anteriores a las pirámides compartían
espacio con la penúltima moda, pues la última siempre está por salir. La
cadencia del desfile textil guardaba relación inversa con las fragancias de las viviendas y sus inquilinos; y la composición, estado y colorido
del ejército, desde el general mortaja al soldado calcetín, avisaba de fiestas, lutos, pagas extra, costumbres y hazañas deportivas,
gastronómicas y etílicas.
En ocasiones estos muestrarios daban democráticamente a la
calle, para que todo el mundo tuviera ocasión de escuchar su proclama. Otras lo
hacían a patios interiores. En ellos había un tiempo para tender y otro para
cocinar, una suerte de disciplina vecinal para evitar que el aroma a sardina impregnase la colada.
Pero como a la disciplina el ser humano llega por necesidad y no por placer,
enfrentamientos hubo por cocinar a deshoras que terminaron en el traumatólogo;
aunque no era frecuente, claro, pues la indisciplina se solventaba mediante
discusiones de ventana a ventana –civilizada distancia que evitaba acabar a tortas-, y a grito
pelado. De escuchar estos altercados gustaba el resto de vecinos casi
tanto como de las discusiones familiares que por el patio propagaban
detalladísimos currículos que a menudo comenzaban con la fórmula “¡Eres
un...!”
De ventana a ventana también revoloteaban las palabras que
anunciaban matrimonios, defunciones, nacimientos y las notas de los hijos
estudiosos, amén de roturas de huesos, resfriados, neuralgias, advertencias meteorológicas, avisos de
última hora y útiles valoraciones sobre el surtido de la tienda de
ultramarinos; aunque las noticias más golosas eran las que se transmitían en
voz queda.
Balcones y ventanas cumplían así su misión: poner a los
inquilinos en contacto con el mundo.
Pero los tiempos han cambiado. Las calzonamentas al viento
han desaparecido de las calles merced a las ordenanzas municipales que
consideran poco decoroso que frente a tal o cual monumento flameen semejantes estandartes. Tampoco los
patios interiores viven momentos de gloria, acosados por las secadoras y los
tendederos plegables que, instalados en el interior de las viviendas, evitan que la ropa huela a las fritanga de cocineros
forzosamente indisciplinados a causa de las prisas y los horarios intempestivos del mundo moderno.
Aislados los vecinos, recluidos en madrigueras que no
ofrecen ya otro signo de vida que la
cambiante posición de las persianas, así incomunicados, no es extraño que las nuevas tecnologías hayan servido para
hacer lo mismo que antes, pero de otra manera. Por ejemplo, no pudiendo
escuchar en directo las broncas de los locos del quinto, del segundo o del
tercero, triunfa su equivalente, la telebasura. ¿Pero cómo sustituir las
ancestrales costumbres de compartir con los vecinos el olor de la comida, de
la cena y las miserias que a nadie le importan? ¡Mediante Facebook, Twitter y demás familia! “Bocadillo de tortilla de
patata”.
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