Cuando un país va mal, rara vez
hay un único culpable. Más lógico es pensar que todos, quien más y quien menos,
tienen su parte de culpa; unos por acción, otros por omisión, y todos por no
ser capaces de advertir a tiempo –y corregir con los medios disponibles- las
derivas equivocadas.
Esta es la conclusión que uno
puede sacar de la lectura de Todo lo que
era sólido, donde alternando datos y significativas anécdotas Antonio Muñoz Molina, con una prosa tan
clara y concisa como las ideas que expone, reconoce que durante los últimos
años del “boom” se sucedieron noticias que solo podían responder a una locura
colectiva, pero nadie, tampoco él, fue capaz de verlas a pesar de que inundaban
los periódicos. Comienza ejemplificándolo en la figura de Allan Greenspan, quien en poquísimo tiempo pasó de la condición de
oráculo a la de anciano desorientado, al igual que ocurrió, cita también el
ejemplo, con Leman Brothers y otras firmas similares, que pasaron, en pocos
días, de ejercer un enorme poder a escala mundial a la desaparición.
Aunque Muñoz Molina se centra en España. Comienza haciendo un repaso de
los usos políticos desarrollados desde la transición; usos, dice, que comparten
la inmensa mayoría de los políticos independientemente de a qué partido
pertenecen. Y es aquí donde en este libro encuentran cita y desarrollo muchas
de las críticas que en los últimos años han proliferado, citando Muñoz Molina, entre otras, la
desprofesionalización de la administración, la huida de los controles del derecho
administrativo a través de todo tipo de entidades parapúblicas donde el
nepotismo campa a sus anchas, la administración
del poder no al servicio del bien público sino del interés particular –a veces
incluso legal, sobre la base de una legalidad desvirtuada por el uso incorrecto
del poder-, el nuevo caciquismo, la falta de altura de miras, la primacía del
espectáculo sobre lo importante, la demagogia, la falta de responsabilidad que
provoca, por ejemplo, que no existan culpables cuando se hacen obras inútiles
que a nadie prestan servicio pero hay que pagar, o cuando no se exige
responsabilidad alguna cuando una obra duplica, triplica o quintuplica el
importe presupuestado. Todo lo cual, indica, ha provocado una gigantesca
ineficacia y ha requerido unos recursos que, en realidad, no existían; es decir, la sociedad debe hacer frente a un conjunto
de problemas creado y sustentado por una clase política de bajo nivel
intelectual y ético que se dedica a sí misma, a costa del contribuyente, toda
pompa y boato; es decir, gente que no deja de iluminarse con hogueras que alimentan con la madera de la nave donde viajamos todos. Pero también gente que
no son marcianos, sino el reflejo de una
sociedad egoísta e incapaz de aprovechar sus virtudes y de reconocer y corregir
sus defectos, una sociedad que en gran parte ha asumido que ese es el proceder normal.
Esa inmensa locura, sigue el
autor, se ha debido a muchos factores, y analiza uno en concreto: durante mucho tiempo se ha pensado que muchas
cosas eran sólidas. Pero la vida no lo es, y la historia demuestra que todo lo
que parece sólido desaparece antes o después, que un buen día las cosas
comienzan a ir mal y de pronto, cuando nadie pensaba que podía ocurrir, todo se
desmorona, todo lo que era sólido desaparece, y no queda más que pobreza y
dolor. O a veces, la nada. Cita ejemplos, y advierte también un dato que a
menudo se olvida: el llamado “estado del bienestar” es algo que en la historia
de la Humanidad apenas ha existido unas pocas décadas y solo en muy pocos
sitios. Así de frágil es. Pensar que eso puede pervivir si no se cuida con esmero, pensar que
no puede llegar a desaparecer, que existe un derecho inalienable a disfrutarlo,
es un error y una ingenuidad.
Muchas otras cosas se critican en
esta obra, como la fácil manipulación y el dejarse manipular, que ha llegado al
extremo, señala Muñoz Molina, de
inventarse la historia en todos y cada uno de los rincones del país, y
transcribe, a título de ejemplo, las exposiciones de motivos de varios
estatutos de autonomía. En ese dejarse manipular, un número determinante de
electores se comporta de forma forofa e irreflexiva, rendidos de antemano
a siglas a las que nunca exigen responsabilidad, cuando los errores de cada
partido deberían molestar especialmente a quienes depositaron su confianza en
él. Habla de una sociedad donde se han
hecho esfuerzos enormes por dividir, pero ninguno por unir. Pero no solo la
política es objeto de análisis: el periodismo sale muy mal parado, debido a que
la prensa, dice Muñoz Molina, tiene como primer objetivo mejorar la cuenta de
resultados y su influencia, pero no usa para ello la profesionalidad, sino el
amparo de su relación con el poder, a cuyos intereses se humilla constantemente.
Un poder que ya ha
derrumbado entidades que parecían sólidas pues eran poderosas y centenarias, como algunas cajas de ahorros. En realidad,
nada sale bien parado en esta obra, porque cuando una sociedad funciona mal es
porque casi todo en ella, dentro de lo principal, funciona mal. Todo el mundo
tiene su parte de responsabilidad, y Antonio
Muñoz Molina no elude la suya, reconociendo sus errores y respondiendo este
libro, precisamente, al ejercicio de la misma.
Todo esto lo escribe Muñoz Molina como una reflexión
personal y por tanto, para su mejor comprensión, abunda en detalles de su
propia vida: habiendo oscilado su residencia en estos años entre España y Nueva
York su visión es la de un observador con la perspectiva de quien, sin dejar de sentirse implicado, puede mirar
desde fuera, y también la de quien, tras cierto
periodo de aislamiento, se sorprende ante lo que encuentra al regresar.
Concluye Muñoz Molina con un llamamiento a que cada uno asuma su propia
responsabilidad para cambiar cuanto ha minado todo lo que era sólido,
ofreciendo, a modo de final, un breve catálogo de reformas a su juicio
imprescindibles.
Escrito como una sucesión de
reflexiones, al hilo siempre de datos o experiencias propias, Todo lo que era sólido consigue alarmar
muy pronto al lector, al obligarlo a mirar cara a cara a la acumulación de
excesos que, en la vida cotidiana, han pasado casi desapercibidos al no tener
noticia de todos a la vez, o porque su reiteración provoca lo que menos preocupa
y sorprende: la costumbre. Y, lo que es más importante, Todo lo que era sólido da ocasión de reflexionar en profundidad
sobre muchas de las cosas que vemos. Se podrá estar de acuerdo o no con Antonio Muñoz Molina, quien no oculta
sus ideas, pero no cabe duda de que hace pensar.
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