Una gran novela de humor
que casi parece una obra de teatro, habida cuenta de lo limitado de su
localización: básicamente, una de las salas de la mansión donde, en Hollywood, vive Adela
Cork, una estrella del cine mudo que, a sus poco más de cuarenta años, ya está
retirada y disfrutando de sus millones.
Con Adela con vive su cuñado, Smedley, un vividor en pleno
sinvivir porque Adela se limita a darle techo y comida en rácano cumplimiento del
deseo protector de su difundo marido. Adela tiene una personalidad
arrolladora y un genio de mil demonios; pero no menos personalidad tiene su
hermana, Bill, que acaba de llegar a la mansión tras haber sido despedida de
los estudios donde trabaja, y se ha puesto a trabajar de “negro”, redactando
las aburridas memorias de su hermana.
Pero en la mansión Bill se encuentra con Phipps, un perfecto
mayordomo inglés al que conoció en Nueva York... formando parte ella del jurado
que estaba juzgando a Phipps por reventar cajas fuertes.
Otros tres personajes pululan: Kay, la sobrina de las dos
mujeres, un joven, rico y calamitoso inglés, Lord Topham, al que han invitado a
ver si “colocan” a la sobrina, y un desastroso muchacho que se muere de amor
por la muchacha: Joe Davenport.
Adela y el lord son millonarios y el resto
andan con una mano delante y otra detrás. Y ocurre que la mansión, recién
adquirida, perteneció a una famosa actriz hispana súbitamente fallecida, de la
que se cuenta que llevaba un escandaloso diario que sería la comidilla de
Hollywood y que, por tanto, vale su peso en oro.
Pelham Grenville Wodehouse 1881-1975 |
Y el humor, excelente. Todo un ejemplo de ironía. Sobre todo
a partir del personaje central, Bill, cuyas palabras siempre oscilan entre la
ironía y la socarronería. Ella es la más
inteligente, la única capaz de conocer las debilidades del resto. También es la más osada. Smedley, el
cuñado vividor, es también un tipo simpático: ¡lo que sufre el pobre hombre,
que ya se va haciendo mayor, en su afán de poder llevar una vida de juerga en
juerga! Pero la culminación de la ironía es Phipps, amparado en su inalterable
flema de mayordomo inglés, que además sirve de contraste al temperamento
alocado de cuantos le rodean.
El discurrir de la trama, donde todos, de uno u otro modo están relacionados con la industria del cine o, cuando menos, del espectáculo, tiene un punto de ingenuidad, e
incluso podría decirse que muchos razonamientos de los personajes se vendrían
abajo sin más que teniendo en cuenta que Adela compró la casa con todo lo que
había dentro, lo que elimina cualquier tipo de duda sobre la propiedad del
diario. Sin embargo, esos “flecos sueltos” son lo de menos. Lo importante es el
humor, y en esta novela lo hay, y mucho, muy sutil, constante y muy diferente al
humor español.
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