Un nuevo libro, el tercero, en la saga del comisario Fabel y Hamburgo. Un libro titulado Resurrección quizá porque resucita, como todo libro hecho para vender, un refrito de fórmulas de éxito que nada original aportan, aunque la pirueta final para resolver el caso es engañosa: hace ver que hay cosas que no eran como se aventuraba, pero en realidad lo importante no es si lo eran o no, sino su efecto sobre el lector. Y ese efecto existe. Me refiero, por si no ha quedado claro, a las fórmulas para atrapar la atención. Quien guste de ellas, en este libro puede darse un banquetazo.
Un rápido repaso, no exhaustivo, a esos truquillos:
-El libro comienza con dos “flash back”: una matanza con ajuste de cuentas de por medio una veintena de años antes de la acción, y un sacrificio ritual en el siglo III. Ahí es nada. Un enlace directo a lo esotérico que, a partir de ese momento, sobrevuela la novela. Dos misteriazos por el precio de uno para quien siga leyendo.
-Como siempre, tenemos a un asesino en serie que gusta de cometer crímenes “de diseño” (Fabel por ahora no sabe perseguir otra cosa). Y lo hace de tal manera que, enlazando con lo anterior, a uno le viene a la cabeza la película de “Los inmortales”, como si alguien venido desde muchos siglos atrás pudiera estar apiolando a quienes son como él vaya usted a saber por qué misterioso motivo.
-Unamos a eso que la pobre María está atormentada y obsesionada por el soponcio del primer libro de la entrega, y que el criminal de entonces planea por ahí como ese enemigo eterno que lo mismo tenía Sherlock Holmes en Moriarty que Batman en Joker: una “presencia” inquietante llamada a eso: a inquietar al lector. Y llamada también a otra cosa: a crear adicción a la saga, para ver en qué quedará la suerte del malvadísimo Vitrenko.
-Otra formulilla, ya utilizada por este autor en esta misma serie: utilizar un abanico de víctimas efectivas y potenciales que abarque un amplio espectro social. Desde el pringadete hasta el político de altura. Quien no sienta interés por unos, lo sentirá por otros. Quien no se apiade de los pobrecillos, sentirá el morbo de ver si la sangre también alcanza a los poderosos.
-Y, por no enrollarme más, la investigación, casi como en la anterior entrega, solo avanza a medida que avanzan los crímenes, lo que crea la “tensión de la sangre”, la permanente duda sobre el próximo crimen, para terminar, nuevamente, en una novela de acción donde hay escenas que uno ha visto en infinidad de películas incluso si, como es mi caso, hace siglos que no ve una. Por ejemplo: dejar un pegote siniestro como amenaza en el propio domicilio de Fabel (quien quiera conocer a qué me refiero, que lea el libro), verse el pobre con una bomba al lado y sin poder menearse para que no explote, o cuando el malo malísimo se hace presente poco antes del fin y atrapa a uno de los buenos haciendo presagiar que el pobre bueno las va a pasar de aúpa hasta que llegue el séptimo de caballería.
Como digo, recursos facilones que harán las delicias de quienes gusten de ellos, y que entretendrán a casi todos, aunque literariamente hablando sea un libro inocuo.
Y una cosa más: supongo que para que todo el mundo pueda leer a Fabel empezando por la tercera novela, la segunda, o la que le dé la gana, el autor vuelve a repasar una vez más (y la verdad, cansa), la vida, obra y milagros del caballero: por qué se metió policía con lo buen historiador que podía haber sido, por qué vive donde vive (el tema de la pasta y tal), qué vistas tiene su apartamentito, cómo es Hamburgo, qué tripa se le ha roto a la psicóloga, al hermano, etc. Lo dicho: tanta reiteración que es aconsejable poder distanciar la lectura de cada novela de la serie.
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