Thomas Pynchon es, dicen, eterno candidato al premio Nobel, y uno de los escritores norteamericanos actuales más venerados. Yo ya lo veneraré, si llega el caso, cuando lea alguna otra de sus obras, porque La subasta del lote 49 no me ha dado para tanto.
Es una novela brillante por su verborrea y por su frenético ritmo, pero tan confusa y tan sin sentido que uno tiene la sensación de estar ante unos fuegos artificiales, o en medio del camarote de los Hermanos Marx.
La “trama” (de alguna forma hay que llamarla) se sustenta en la búsqueda, por parte de una buena mujer, de un grotesco sistema de correos clandestino que, nacido hace siglos, trató supuestamente de boicotear el correo “oficial” en manos de los Thurn und Taxis.
La cosa se pone en marcha con ocasión de ser nombrada albacea de un millonario, que entre otras aficiones tenía la de recolectar huesos de muertos para hacer filtros para cigarrillos. Y se pone en marcha con eso como se podría poner con cualquier otra cosa. Lo cierto es que la visión de un simbolito (una trompeta con sordina) en un baño público, y escuchar la palabra “Tristero” en una obra de teatro, hacen que la mujer comience a ver el simbolito por todas partes, y ande como loca tratando de averiguar qué o quién es Tristero.
Al final uno se queda con una extraña sensación, dudando de si volver a leer la novela es el método más adecuado para apreciarla mejor, o la mejor manera de ratificar la sensación de confusión sin sentido.
Leo, por último, que la novela es un ejemplo de “ficción posmoderna” y que el autor es un representante del “posmodernismo maximalista”. Pues estupendo. Pero yo debo de ser otra cosa.
Estoy completamente de acuerdo con tu comentario.
ResponderEliminarGraciassssssssss
ResponderEliminarHola. Esta novela no la he leído, pero voy por la página setenta de Vinelad y la sensación que me transmiten sus páginas es exactamente la misma que tu describes con "La subasta ...". A mí toda esa verborrea no me dice nada, así que me parece a mí que a otra cosa mariposa; la vida es breve y hay mucho que leer.
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