Kurílov es un ministro ruso en la época final del zarismo. Un grupo clandestino de revolucionarios ha decidido asesinarlo. Para lo cual consiguen infiltrar al asesino nada menos que como médico personal de Kurílov. Aunque Kurílov, en realidad, no anda bien de salud y no necesita a nadie para morir pronto.
A lo largo del tiempo, mientras espera la orden de ejecutarlo, el protagonista tiene ocasión de ver cómo Kurílov ejerce el poder, cómo vistas desde cerca las cosas no son como parecen desde lejos, cómo también (y eso se describe de forma magistral) las personas se creen importantes más allá de sus propios méritos, cómo afrontan la pérdida del poder, la mengua del protagonismo, hasta qué punto quien tiene un cargo, alto o bajo, lo interioriza hasta pensar que el importante es él, y no las responsabilidades del cargo, conducta de la que nacen ansiedades, miedos y vanidades que hacen de los afectados pobres diablos que pasan su vida creyendo ser lo que no son, y que los hace vivir pendientes de una palabra ajena. porque al final siempre hay alguien más poderoso de quien dependen.
Y por otra parte podemos ver el proceso por el cual el asesino va conociendo a su víctima, va viendo cómo se mueve, qué lo induce a actuar así o asá, qué aspiraciones y miedos tiene, cómo se comporta con la familia, los amigos, los subordinados... Y al hacerlo va viendo precisamente lo que he dicho: que quien parece poderoso no es más que una persona normal y corriente, a menudo más pobre diablo que cualquier pobre diablo, y que sus actuaciones más están movidas las más de las veces por el deseo de mantenerse en un sillón que, embriagados por la adulación cercana al poder y por la vanidad, creen honestamente de justicia poseer.
Un libro como casi todos los de Irène Nèmirovsky: magistral. Es una de las grandes.
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