Miguel Delibes es mucho más que un excelente escritor. Es un historiador de la España rural del siglo XX, sobre todo de sus primeros dos tercios, y es indispensable leerlo para conocer de dónde hemos salido, pues en este país casi nadie puede remontarse un par de generaciones sin encontrar sus orígenes en un pueblo.
Y Delibes hace novela e historia en esta ocasión contando, brevemente, los recuerdos del muchacho de pueblo que un día se fue a la ciudad para volver 48 años después. Un libro corto, breve, claro, directo, en el que se recuperan palabras y conceptos inexistentes para los urbanitas, porque como las cosas tienen su nombre las cosas hacen el lenguaje, y donde esas cosas no están ese lenguaje desaparece, y cuando desaparece el lenguaje tras desaparecer las cosas, desaparece también el recuerdo de esas cosas, y es cuando definitivamente dejan de existir. Recuperamos a través de Delibes el lenguaje de nuestros abuelos, además de su memoria y, lo que es más difícil de transmitir, los valores e intereses que los movían. Valores e intereses que hoy pueden parecer extraños, pero lo cierto es que en todas partes hubo, por ejemplo, un momento en que “matar al matacán” (una liebre resabiada), fue algo importante para muchas personas. Hoy, en cambio, atropellamos animales sin detenernos a mirar de qué especie son. Y aunque lo mirásemos, apenas sabríamos ponerles nombre.
Termino para no hacer este comentario más largo que la historia: hay otra cosa digna de mención: la forma en que los lugares –con sus árboles, sus rocas, sus grietas- se asocian a las cosas para formar los recuerdos, hasta el punto de que borrar del mapa un lugar puede casi equivaler a borrar de la memoria lo que en él ocurrió.
Corto, bueno y útil. No sólo entretiene. Hace aprender. Merece la pena.
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