Breve relato inserto en el mismo volumen de que “Viejas historias de Castilla la Vieja”, de Alianza Editorial. Alterna las reflexiones del autor con una conversación -durante un día de caza- entre el propio autor y un lugareño iletrado: Juan Gualberto. Breve y brillante. Baste decir que nunca he tenido una gran opinión de la actitud de los cazadores y este libro me la ha cambiado sino totalmente, si en gran medida. Me refiero, claro, a los cazadores como los que conversan en las páginas, que nada tienen que ver, me temo, con la inmensa mayoría de los actuales. Un libro que ayuda a comprender el por qué de muchas cosas: las razones de la caza y, también, que el cazador “puro”, cuando caza, aprende a conocerse a sí mismo y sus límites. Cuando el cazador “de antes” vuelve de un día de caza, sea o no de vacío, sabe más sobre sí mismo. Por eso le gusta ir a cazar. Para salir a su propio encuentro. Claro que de esos cazadores, según se adivina en el propio texto, deben de quedar tantos como perdices rojas fuera de los cotos: ninguno. Un libro que también muestra otras cosas: el abuso de unos hombres sobre otros, el abuso de la ciudad sobre el campo, y la aniquilación a la que conduce el egoísmo de quien creyendo equivocadamente que la felicidad está en el resultado y no en el camino, se empeña en tomar atajos que acaban destruyendo los caminos que transitaban quienes sabían ser felices.
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