Hace siglos, en alguna librería me dieron un marcador de páginas con publicidad de las novelas de Petros Márkaris. Era negro, y en grandes letras blancas preguntaba: “¿Quién es Kostas Jaritos?”. Tras perder marcadores uno tras otro durante años, este ha durado todos los siglos que hace que me lo dieron, y aunque está hecho polvo lo sigo usando porque ya forma parte de mi “paisaje lector”.
Bueno, pues ya sé quién es Kostas Jaritos: un teniente de la policía griega, formado en los años de la dictadura, que en esta novela desarrollada en los años 90 (esa peligrosa frontera donde todo parece actual pero donde la ausencia de móviles e Internet obligan a indagar en qué años se mueve la acción) se presenta al lector como un tipo ya entrado en años, con un matrimonio donde ambos cónyuges son unos refunfuñones que se odian cordialmente, con una hija a la que echa mucho de menos (lo cual no es muy original), con aprietos económicos (tampoco lo es), con un machismo latente que se manifiesta en la forma en que raciona el dinero a su mujer, y, sobre todo, con una pachorra para no complicarse la vida que luego, de forma inevitable, desmienten los hechos porque no hay novela que pueda salir adelante si el protagonista se escaquea de verdad.
El asunto comienza con el asesinato del dos albaneses, del que se declara culpable otro albanés. Siendo albaneses, son ciudadanos de segunda y poco importa la cosa en la mentalidad que Jaritos atribuye a la sociedad en la que está, así que, ¿para qué complicárse la vida?
Pero la vida se le complica porque una periodista insinúa que hay algo más, y como Jaritos no quiere que le meta un gol, sigue husmeando. Y antes de que descubra nada, la periodista aparece muerta. Y una periodista apiolada, con todos los medios de comunicación encima del tema, ya es otra cosa, y Jaritos debe ponerse las pilas de verdad.
La acción discurre entre la necesidad de esclarecer el crimen y, también, todo aquello que estuviera investigando la periodista; todo lo cual ocurre en medio de las trifulcas entre medios de comunicación por tener algo que decir y por hacer valer sus privilegios.
El protagonista resulta simpático, pues aunque no oculta sus muchos defectos le quedan perdonados por su falta de ambición, por su torpeza para hacer valer sus méritos, y por la forma en que también le caen palos por ser en muchas ocasiones el eslabón más débil de la cadena.
La trama va ganando intensidad poco a poco, de forma creíble salvo por un comodín irreal (Zisis), hasta llegar a un final sorprendente y, hay que reconocerlo, brillante.
Una muy buena novela negra, con muchos toques de humor debidos a la forma en que el protagonista se toma a sí mismo y a sus pequeños intereses, y que permite pasar un rato muy entretenido.
Un consejo: como algunos nombre griegos pueden generar alguna confusión, mejor leerla lo más rápido posible para no tener que mirar unas cuántas veces quién es quién.
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