Trigo
limpio va de menos a más, y de más a menos y luego otra vez a más. El primer
cuarto de la obra es un tanto desconcertante y por momentos aburrido, porque
como el arranque es confuso –al menos sobre el rumbo de la obra- se tiene una
sensación engañosa.
La novela
alterna varias historias que forman una sola. O, mejor dicho, que forman una
historia u otra según desde qué ángulo y con qué información la miremos. Primero,
la historia de un narrador que intencionadamente
tiene puntos en común con el autor, apostando por la confusión y la provocación
para coger lo que le interese de la realidad y la ficción dejando al lector sin
posibilidad de réplica. El narrador recibe un correo de Simón, un antiguo
compañero de colegio, en la primera adolescencia, sugiriéndole que escriba
sobre aquellos años. Y de aquí surgen nuevas historias: los recuerdos de
aquellos años; la investigación acerca de qué ha sido y es de Simón, que es
también la historia de su entorno a lo largo de la vida; surge la historia que un
detenido por la Guardia Civil cuenta al niño que ha sido también detenido por
irrumpir en la pista de aterrizaje del aeropuerto de Almería buscando una
pelota; y en medio el narrador pontifica con humor acerca de cómo construir una novela
con todos esos materiales y explica por qué pone ahora tal cosa y no tal otra, qué
efecto pretende conseguir con cada una y por qué seguir o no cierto «recetario
del best seller» que nunca garantiza el éxito.
La mezcla
de todo provoca un sinfín de efectos que si al principio, como he dicho, quizá
pueden aburrir, a partir del primer cuarto de la novela captan poderosamente la
atención del lector fijándola en la historia de Simón; hay luego un nuevo bajón
de intensidad y termina la novela de un modo inteligente y original, jugando el
autor con el lector para demostrar que las cosas son una u otra según el punto
de vista o, mejor sería decir, según la información de la que se dispone, hasta
el punto que no es vano afirmar que en las relaciones personajes no hay verdad
posible, pues cada cual ignora, con toda seguridad, algo que el otro sabe (quizá
sin consciente de ello), «algos» que suelen explicar mucho. Ahora bien, el
autor juega con el lector, pero avisándole del juego y explicándole el truco
(más trigo limpio), lo cual crea una sensación de complicidad que se agradece.
El prestidigitador enseñando poco a poco sus artes y maravillando al personal
con cada explicación. Hasta la explicación final.
Una
novela de intensidad variable a lo largo de sus páginas, pero potente, buena,
original, para ver la historia desde dentro, incluyendo la tramoya.
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