En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 31 de agosto de 2019

Una jaula de oro – Camila Läckberg




              
              Compré este libro por tonto.

              Como casi todos los lectores, suelo acertar al comprar libros. Quiero decir que casi siempre doy con obras en las que encuentro algún motivo para el disfrute, pero en esta ocasión me dejé llevar el al artículo de un periódico nacional que afirmaba que Una jaula de oro era algo muy distinto a cuanto había escrito la autora -de la que no había leído nada-, una suerte de pera limonera que pasmaría a los lectores por su fuerza y actualidad; también me dejé influir por una entrevista a Camila Lärckberg en otro medio nacional con ocasión de la publicación de esta novela, una entrevista desagradable por lo pretencioso de las respuestas pero que, a juzgar por las preguntas, me hizo creer que la autora tenía algo que contar. Pero no: artículo y entrevista, ahora lo sé, eran trabajos o mercenarios o desinformados. Lástima no recordar quiénes los firmaban para andar prevenido en adelante. Con estos antecedentes me topé con el libro en una librería y, ¿por qué?, sin siquiera molestarme en mirar la sinopsis me regalé el capricho de comprarlo como quien compra un décimo de lotería convencido de que le va a tocar. Me he dado un buen coscorrón. Si hay dos tipos de libros (los que se escriben para el propio autor, intentando hacer literatura, y los que se escriben para los lectores, intentando ser best sellers, y ambos tipos, bien ejecutados, pueden reportar grandes satisfacciones al lector), Una jaula de oro es una calamidad desde ambos puntos de vista: la «técnica del best seller» -que es lo que pretende ser- está tan horrorosamente aplicada que no hay nada original, que preví con certeza el «sorprendente» final a media lectura y a menudo me ha hecho sentir vergüenza ajena; lo único que engancha, llegado el último tercio del libro, son las ganas de terminarlo para poder leer otra cosa. En cuanto a la literatura, la única relación entre ella y Una jaula de oro es el formato de libro.

              Si Una jaula de oro se llevara al cine no haría falta contratar un solo actor, ni un cámara, ni nada: no hay situación de la que no se pueda hacer un copia y pega de escenas sobreactuadas de películas mediocres y series vulgares de todos los tiempos; es un muy aceitoso refrito de lugares comunes -¡hasta el título es una expresión hecha!- en el que incluso la escena final la ha visto mil veces un tipo como yo, que apenas ve cine y televisión desde hace siglos. El libro, que comienza contando una edulcorada historia blancanievesca donde todos comen perdices, deviene en maloliente versión del patito feo (madre mía, cómo han tratado las secuelas al pobre animal) con la única salvedad, tampoco original, de que el pato en cuestión –en este caso la pata, seamos políticamente correctos- es vengativa, mal bicho, tiene un pasado oscuro y trata de aprovechar descaradamente el Pisuerga del me too que pasa por el Valladolid que somos todos, cosa que hace de la peor manera posible: incendiariamente, alimentando la hoguera con todos los estereotipos disponibles, amén de haciendo del sexo un reclamo publicitario a pesar de que las escenas sexuales, siempre breves, son bastante poquita cosa en estos tiempos en la que imágenes similares llevan décadas accesibles en todas partes a golpe de un solo clic. Y entre los estereotipados, los personajes. Todos copia de tópicos: el empresario triunfador que nada en el lujo (expresado con el originalísimo método de citar todas las marcas de lujo posibles y los consabidos casoplones), la esposa listísima y otrora pimpante que yace olvidada en un rincón viviendo el drama de la exclusión lorza causa… Todos acartonados, sin realismo ni autenticidad, ni veracidad, ni nada que se le parezca, hasta el punto de que lo inverosímil de la «estrategia de venganza» constituye un atentado a la inteligencia del lector en el que se reincide constantemente con unos mensajes tan simplistas y directos que se diría que la novela está escrita o para tontos o para forofos. Paradójicamente, la heroína que reivindica su poder como mujer frente a los machitos sale adelante explotando emocionalmente a un sinfín de mujeres hartas de sus parejas, a fin de aligerarles el bolsillo con el producto que todo lector puede ver en la portada. Como además parte de la «liberación» consiste en reproducir los comportamientos que se critican, no acabo de colegir el «mensaje» del que se vanagloriaba la autora en la entrevista que he citado. La solución para los incendios no suele ser la gasolina.

          La historia, por llamarla de alguna manera, es más o menos así: en la primera página se nos dice que hay un crimen horrible perpetrado por un hombre (traducido, siga usted leyendo y al final se enterará de qué ha pasado). La protagonista, que tiene un pasado que oculta algo muy triste, feo y traumático es de suponer que en relación a algún otro hombre criminal (siga usted leyendo y...), es un encanto de señora listísima y pitísima que, así como quien no quiere la cosa, impulsó en un ratito la creación de un emporio empresarial del que se adueñó su marido, tras lo cual ella, ahíta de amor, renunció a todo, del reconocimiento a los estudios, y en un pispás se dejó reducir tan contenta a la condición de esposa florero que se autocriminaliza hasta el bloqueo y el borde de la depresión cada vez que la visión una minúscula miguita de pan en la encimera puede estresar a su hiperocupado y adorable marido jodiéndole el desayuno (no exagero). Pobrecico. ¡Él, que ha sacrificado su vida hasta el punto de haberse convertido en un saco de malas pulgas solo para que ella y la niña puedan comprarse una flota de aviones tuneados si les da la gana! Si ingenua enamorada o carne de psiquiatra, lo dejo a vuestra elección. Pero hete aquí que el querubín le sale rana (o algún otro batracio con menos renombre literario, que la novela no da para más) porque hace lo previsible: lo que le da la gana y con quien le da la gana; si la protagonista ha pasado la vida creyendo que forman una adinerada familia perfecta en la que se mira todo el país, resulta que su marido es capaz de irse a la cama hasta con un velociraptor. La listísima y pitísima protagonista cae del guindo en cuanto el maridín remueve las ramas, y para su desgracia lo hace cayendo al ostracismo más oscuro. Pero tranquilos, muchachos, recordad lo pita que es la dama. Tanto que se vengará a base de bien aplicando la justicia del ojo por ojo o incluso, ya que estamos, la justicia de la dentadura entera por cada diente mellado; así, de paso, contribuirá a la justicia universal entre sexos. En la cruzada contará con el inefable apoyo de algunas otras damas que, por diversas causas, andan hasta el moño del género masculino, aunque, para dejar ecuánime constancia de que no todos los hombres son unos cabestros, una de ellas conoce a un señor normal (o lo que a mí me parece normal, aunque en la novela es la excepción)... al que la protagonista acoquinará debidamente por si acaso, no vaya a ser que haya que exterminarlo como a algún otro. La cosa podría dar para una historia nada original pero al menos entretenida si estuviera bien escrita. Pero no. Si la estrategia de venganza –o cómo planificar hacerme millonaria para ver si luego me salen varias carambolas de chiripa, que es el hilo conductor de la historia- es ridícula por bochornosamente increíble, el chapucero modo en que la autora lo relata no aporta la necesaria verosimilitud que en literatura permite vivir como real lo irreal. La forma de escribir consolida el desastre. La verdadera historia del patito feo es conmovedora. Una jaula de oro es, simplemente, ridícula. A pesar de lo cual, qué desazonador, está entre los libros más vendidos en un canasto de librerías.

              Apenas lo terminé comencé, a modo de calmante, uno de esos breves libritos de Camilleri centrado en la imaginaria Vigàta de principios del siglo XX. Menos mal. 




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