En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

domingo, 18 de agosto de 2019

Examen de ingenios – José Manuel Caballero Bonald




              Cualquiera que en el pueblo de mis padres hubiera leído o escuchado leer un solo párrafo de Examen de ingenios hubiera dicho «¡Cómo le gusta escucharse a este hombre!», y es que lo primero que llama la atención de esta obra de elegante memoria varios puntos chismosa es el lenguaje: rico, denso, depurado, pero también engolado y con una retórica alambicada en la que el deseo de contar se mezcla con el de no navegar ni un instante por debajo de lo comentado –y no digamos ya de lo censurado- y de sobrevolar la literatura desde una altura que le impida ser confundido con cualquiera de esos mediocres encumbrados a los que alude al final del libro. Un tono, en definitiva, que destila una superioridad engorrosa porque, hasta que el lector no se acomoda a ella, resulta complicado saber con exactitud el juicio que a Caballero Bonald le merecen algunos de los ingenios a los que se refiere. 

              Examen de ingenios son 460 páginas de gran calidad literaria dedicadas, a una media de cuatro o cinco, a diversos personajes -mayoritariamente españoles del siglo XX- que en algún momento coincidieron, mal que bien, con el autor. Casi todos proceden del ámbito de la cultura, con preferencia para escritores y, en particular, para poetas.

              José Manuel Caballero Bonald reparte estopa y bendiciones sin mudar el gesto, con un tono pausado y arzobispalmente didáctico y con la particularidad de que su elevado dominio del lenguaje y la afectación algo barroca de su expresión hacen que cuando alza la mano al principio de un párrafo a menudo el lector no sepa, hasta el final del mismo, si es para atizar un sopapo o regalar una caricia. Son muchas las ocasiones en las que el coscorrón contundente tiene un prólogo almibarado.

              Como todas las memorias de este tipo, Examen de ingenios tiene algo de ajuste de cuentas, siquiera sea porque el autor es quien decide quién aparece y quién no y qué cuenta de cada uno, lo cual no evita, nunca lo ha hecho, que leyendo la opinión de una persona sobre tantos otros quien verdaderamente aparezca retratado es quien opina, el cual –cosa no muy original- es naturalmente indulgente con los pecados propios y también con los ajenos que compartió, y algo más riguroso con el resto. Leed Examen de ingenios y tendréis una idea cabal de cómo es su autor y de la excelente opinión que tiene de sí mismo, lo cual, por cierto, no es pecado y hasta es comprensible cuando a lo largo de la vida se han acumulado más méritos que reconocimientos, cuando se tiene más prestigio que lectores y cuando uno se ha codeado –por diferentes motivos ajenos todos a la casualidad- con personajes que, dedicándose a lo mismo, han alcanzado mayor celebridad. Y es que, por desgracia, a estas alturas José Manuel Caballero Bonald es, injustamente, un célebre desconocido.

              Quizá sea impresión mía, pero en general he apreciado cierta tendencia a desacralizar a los escritores más encumbrados cargándoles en la mochila algunos «peros» las más de las veces vinculados a la ambición o al modo en que alcanzaron el éxito de público e influencia; tendencia compatible con la contraria, la de rescatar el prestigio de autores cuya calidad, por extrema que fuera, ha pasado desapercibida para la mayoría de los lectores. Llama también la atención el empeño en valorar a cada autor por el conjunto de su obra así como por su evolución, aunque el resultado es previsible: quienes con una obra amplia despuntaron con algún título, tienen menos nivel en otros, lo que parece rebajar su valía al tiempo que la propia extensión de la obra da ocasión para una evolución irregular; lógicamente, quienes alcanzaron la gloria publicando poco o muy poco, tienen mayor uniformidad y coherencia.

              La vara de medir de Caballero Bonald aparenta ser la búsqueda de la exquisitez literaria y sobre todo poética, de modo que cuanto se separa de ese objetivo le resulta tan molesto e incómodo que suele tratarlo como incompatible con ella. Su concepto de exquisitez, aparte tener algo de opuesto al de notoriedad, aparece constantemente vinculado al deseo de superar la literatura anterior a los años 50 del siglo XX, época a la que se refieren no pocas de las memorias contenidas en Examen de ingenios. No queda tan clara, en cambio, su concepción de la exquisitez, lo cual no significa que no la tenga clara. Hay que ir construyéndola a medida que la lectura avanza, de modo que solo es al final del libro cuando el lector sabe, más o menos, los parámetros que el juez ha aplicado a los juzgados (y utilizo estos términos con toda intención). Sí es diáfano que el centro del universo literario de Caballero Bonald es la poesía. Leyendo Examen de ingenios se diría que la literatura no es otra cosa, pues a ella dedica los exámenes más apasionados y el mayor número de recuerdos; los poetas son la especie más abundante en esta obra.

              Yendo a las anécdotas de los años 50, época sobre la que esta obra arroja un buen foco de luz en lo que a la literatura respecta, llama la atención lo endogámico del mundo literario, que no parece tanto un mundillo donde todos acaban conociéndose como otro donde solo acceden aquellos a los que previamente se conoce: todos los que en algún momento llegaron habían sido viejos compañeros de tertulias, paseos, juergas y avatares de los que habían llegado en primer lugar. Las idas y venidas, encuentros y demás amistades, incluidas muchas de conveniencia, muestran un mundo donde las relaciones públicas juegan un papel relevante para prosperar y para que cada cual disfrute de la sensación de ser alguien; da la impresión de que medio mundo literario tiene como objetivo preferente conocer al otro medio o, mejor dicho, ser conocido por el otro medio, cuestión que no parece haber cambiado con el paso de las décadas, haciendo falso el mito de que el escritor es un tipo mayormente introvertido y poco sociable. Más bien ocurre al contrario, porque al escritor introvertido y tan poco sociable que solo llega a amistarse con las musas, ni aun alcanzando la excelsitud llega a conocerlo ni la madre que lo parió.

              Examen de ingenios es una enriquecedora obra de memorias, de breves memorias, en la que, como ya he apuntado, quien sale más nítidamente retratado es el propio autor; y como no hay memorias sin reivindicación del propio yo, el resultado es el esperable. Aunque, sin duda, muchas de las anécdotas y valoraciones de los ingenios sometidos a examen contribuyen a esclarecer, en ocasiones quizá no poco, no tanto su biografía como su forma de ser.

              Una lectura amena, interesante y enriquecedora.


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