Cualquiera
que en el pueblo de mis padres hubiera leído o escuchado leer un solo párrafo
de Examen de ingenios hubiera dicho «¡Cómo le gusta escucharse a este hombre!»,
y es que lo primero que llama la atención de esta obra de elegante memoria varios puntos chismosa es el lenguaje: rico, denso, depurado, pero también engolado
y con una retórica alambicada en la que el deseo de contar se mezcla con el de
no navegar ni un instante por debajo de lo comentado –y no digamos ya de lo
censurado- y de sobrevolar la literatura desde una altura que le impida ser
confundido con cualquiera de esos mediocres encumbrados a los que alude al
final del libro. Un tono, en definitiva, que destila una superioridad engorrosa
porque, hasta que el lector no se acomoda a ella, resulta complicado saber con exactitud el juicio que a Caballero Bonald le merecen algunos de los
ingenios a los que se refiere.
Examen de
ingenios son 460 páginas de gran calidad literaria dedicadas, a una media de
cuatro o cinco, a diversos personajes -mayoritariamente españoles del siglo XX-
que en algún momento coincidieron, mal que bien, con el autor. Casi todos proceden
del ámbito de la cultura, con preferencia para escritores y, en particular, para
poetas.
José
Manuel Caballero Bonald reparte estopa y bendiciones sin mudar el gesto, con un
tono pausado y arzobispalmente didáctico y con la particularidad de que su
elevado dominio del lenguaje y la afectación algo barroca de su expresión hacen
que cuando alza la mano al principio de un párrafo a menudo el lector no sepa,
hasta el final del mismo, si es para atizar un sopapo o regalar una caricia. Son
muchas las ocasiones en las que el coscorrón contundente tiene un prólogo
almibarado.
Como
todas las memorias de este tipo, Examen de ingenios tiene algo de ajuste de
cuentas, siquiera sea porque el autor es quien decide quién aparece y quién no
y qué cuenta de cada uno, lo cual no evita, nunca lo ha hecho, que leyendo la
opinión de una persona sobre tantos otros quien verdaderamente aparezca retratado
es quien opina, el cual –cosa no muy original- es naturalmente indulgente con
los pecados propios y también con los ajenos que compartió, y algo más riguroso
con el resto. Leed Examen de ingenios y tendréis una idea cabal de cómo es su
autor y de la excelente opinión que tiene de sí mismo, lo cual, por cierto, no
es pecado y hasta es comprensible cuando a lo largo de la vida se han acumulado
más méritos que reconocimientos, cuando se tiene más prestigio que lectores y cuando uno se ha codeado –por diferentes
motivos ajenos todos a la casualidad- con personajes que, dedicándose a lo
mismo, han alcanzado mayor celebridad. Y es que, por desgracia, a estas alturas José Manuel Caballero Bonald es, injustamente, un célebre desconocido.
Quizá sea
impresión mía, pero en general he apreciado cierta tendencia a desacralizar a
los escritores más encumbrados cargándoles en la mochila algunos «peros» las
más de las veces vinculados a la ambición o al modo en que alcanzaron el éxito
de público e influencia; tendencia compatible con la contraria, la de rescatar el prestigio de autores cuya calidad, por extrema que fuera, ha pasado
desapercibida para la mayoría de los lectores. Llama también la atención el
empeño en valorar a cada autor por el conjunto de su obra así como por su evolución,
aunque el resultado es previsible: quienes con una obra amplia despuntaron con algún
título, tienen menos nivel en otros, lo que parece rebajar su valía al tiempo
que la propia extensión de la obra da ocasión para una evolución irregular; lógicamente, quienes alcanzaron la gloria publicando poco o muy poco, tienen mayor
uniformidad y coherencia.
La vara de
medir de Caballero Bonald aparenta ser la búsqueda de la exquisitez literaria y
sobre todo poética, de modo que cuanto se separa de ese objetivo le resulta tan
molesto e incómodo que suele tratarlo como incompatible con ella. Su concepto
de exquisitez, aparte tener algo de opuesto al de notoriedad, aparece constantemente
vinculado al deseo de superar la literatura anterior a los años 50 del siglo
XX, época a la que se refieren no pocas de las memorias contenidas en Examen de
ingenios. No queda tan clara, en cambio, su concepción de la exquisitez, lo
cual no significa que no la tenga clara. Hay que ir construyéndola a medida que
la lectura avanza, de modo que solo es al final del libro cuando el lector sabe, más o menos, los parámetros que el juez ha aplicado a los juzgados (y utilizo estos términos con
toda intención). Sí es diáfano que el centro del universo literario de
Caballero Bonald es la poesía. Leyendo Examen de ingenios se diría que la
literatura no es otra cosa, pues a ella dedica los exámenes más apasionados y
el mayor número de recuerdos; los poetas son la especie más abundante en esta
obra.
Yendo a
las anécdotas de los años 50, época sobre la que esta obra arroja un buen foco
de luz en lo que a la literatura respecta, llama la atención lo endogámico del
mundo literario, que no parece tanto un mundillo donde todos acaban
conociéndose como otro donde solo acceden aquellos a los que previamente se
conoce: todos los que en algún momento llegaron habían sido viejos compañeros
de tertulias, paseos, juergas y avatares de los que habían llegado en primer
lugar. Las idas y venidas, encuentros y demás amistades, incluidas muchas de
conveniencia, muestran un mundo donde las relaciones públicas juegan un papel
relevante para prosperar y para que cada cual disfrute de la sensación de ser
alguien; da la impresión de que medio mundo literario tiene como objetivo
preferente conocer al otro medio o, mejor dicho, ser conocido por el otro
medio, cuestión que no parece haber cambiado con el paso de las décadas,
haciendo falso el mito de que el escritor es un tipo mayormente introvertido y
poco sociable. Más bien ocurre al contrario, porque al escritor introvertido y tan
poco sociable que solo llega a amistarse con las musas, ni aun alcanzando la
excelsitud llega a conocerlo ni la madre que lo parió.
Examen de
ingenios es una enriquecedora obra de memorias, de breves memorias, en la que,
como ya he apuntado, quien sale más nítidamente retratado es el propio autor; y
como no hay memorias sin reivindicación del propio yo, el resultado es el
esperable. Aunque, sin duda, muchas de las anécdotas y valoraciones de los
ingenios sometidos a examen contribuyen a esclarecer, en ocasiones quizá no
poco, no tanto su biografía como su forma de ser.
Una
lectura amena, interesante y enriquecedora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario