«Si
lo paso bien cuando escribo, alguien también lo hará al leerme» fue el titular
que eligió el periodista que me entrevistó con ocasión de la presentación de mi
primera novela creo que en Teruel. Han pasado años, pero lo recordé hace unos
días cuando, siguiendo las andanzas de Javier Pérez Andújar en Twitter,
encontré las siguientes palabras en boca de Eva Cosculluela, de la extinta Portadores
de Sueños, en el ABC Cultural: «Da la impresión de que Javier Pérez Andújar se
lo ha pasado muy bien escribiendo esta historia y consigue que el lector
disfrute tanto como él».
Es
cierto: es complicado leer La noche fenomenal sin sentir la agradable certeza
de que el autor disfrutó escribiendo muchos pasajes. Incluso parece bromear consigo
mismo con frecuencia y, de paso, con toda su generación. Lo hace a través de
los recuerdos compartidos por una generación crecida en torno a la televisión
única que, precisamente por serlo, universalizaba la fama, con solo mostrarlos,
lo mismo de Starsky y Hutch que de María Luisa Seco o del «hombre del tiempo»,
que no necesitaba nombre porque no tenía competencia. Es imposible tener la sensación de lo bien que se lo ha pasado el autor sin disfrutar de la lectura. O quizá sea al revés: a veces se disfruta tanto leyendo que crees que, necesariamente, para el autor la escritura ha sido una fiesta. Esforzada, pero fiesta.
La
noche fenomenal no busca la carcajada gruesa, y sí la sonrisa cómplice que
surge del humor inteligente. No hay nada como echar la vista atrás y cambiar de
contexto el pasado para desacralizarlo al tiempo que la solemnidad que dan los
años se disuelve devolviéndonos al tiempo en que fuimos impresionables por
aquello que ahora, en las nuevas circunstancias, resulta grotesco.
En una
Barcelona tan lluviosa que de un momento a otro podría aparecer Noé con
rinocerontes y todo navegando vía Laietana abajo, varias personas aficionadas a
los fenómenos paranormales han creado un equipo para realizar un programa que
lleva por título La noche fenomenal. Y los fenómenos –acontecimientos y
personas- son fenomenales, no lo duden. Las variadas «especialidades» del
elenco son una buena parodia de asuntos que en su día estuvieron de moda y que
aún hoy tienen un público abundante, como las teorías conspiratorias. Así, nos
encontramos situaciones como aquella en que un personaje que no deja de ser un
Perico el de los Palotes perdido en este mundo es recibido por el resto con todo respeto y
naturalidad cuando aparece con un importantísimo descubrimiento en una bolsita:
una supuesta deposición del Yeti. Con la misma apabullante naturalidad tratan
entre ellos cualquier otro fenómeno u ocurrencia similar.
Una parte de
la novela, muy meritoria, consiste en trasladar las relaciones de amistad de
todos estos personajes, a su modo todos algo chiflados, y el submundo que
forman sin más que contándonos quién es quién, qué hace cada uno y por qué
pasaba por allí. Un submundo que también es trasunto de cierta vacuidad que uno diría que no ha hecho sino crecer con los años: cuando la sociedad tiene a su alcance cada vez más conocimientos, escapa a lo etéreo, prefiriendo la duda romántica a la certeza prosaica. No pasando nada en esta parte de la novela, pasa todo, porque el ser no es poca cosa.
La historia se
completa con el fenómeno fenomenal que pone en marcha lo que todos los
programas como el que realizan los protagonistas persiguen: husmear in situ alguna
de las extravagancias que investigan para obtener, más o menos, pruebas. Lo
verdaderamente extraño y motivador en este punto es que la chifladura de los
personajes queda en suspenso porque los acontecimientos parecen, por una vez,
no ser fruto exclusivo de la imaginación o alucinaciones propias o ajenas. ¿Y cuál
es ese fenómeno fenomenal? La aparición de un profesor de dibujo con el físico
de Walt Disney que poco a poco destapa la existencia de dos Barcelonas
paralelas –en realidad de dos mundos- entre las que es posible ir y venir a
brincos a través de misteriosas y fugaces grietas; dos Barcelonas con
diferencias evidentes, a juzgar por los testimonios de los viajeros, aunque
para el lector la única visible es que en esa otra Barcelona casi todo el mundo
tiene la cara de alguien famoso.
Entre esos
desconocidos de cara conocida proliferan, en concreto, los rostros del famoserío de los años 70
y 80, por lo que los lectores más jóvenes se perderán algunos de los efectos
chocantes si no están al tanto de la significación e imagen de algunos de
aquellos personajes.
La noche
fenomenal es un libro escrito con envidiable dominio del lenguaje, de su
musicalidad y de los tiempos. Un libro ingenioso, inteligente y personal. Un
libro que, además, produce una inquietante sensación de fugacidad, de que la
vida es algo que se deforma conforme pasan los años, así como en la novela se
deforma ese pasado televisivo que tantos compartimos y que, de alguna manera,
conformó nuestra vida; una fugacidad acentuada, también, porque el ir y venir
entre dos mundos que solo son uno desemboca en el desvanecimiento, por
uniformización, de las personas. Un libro, volviendo al principio, que da la
sensación haber sido escrito para la propia satisfacción del autor.
Precisamente
por eso gustará a los lectores.
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