En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 19 de diciembre de 2022

La Casa del Espíritu Dorado – Diane Wei Liang

 



(Trilogía negra de Pekín, 3)


La Trilogía negra de Pekín está formada por El ojo de jade, Mariposas para los muertos y La Casa del Espíritu Dorado. Leí El ojo de jade en muy mal momento: es la novela que llevaba entre manos cuando llegó el confinamiento en 2020, lo cual, con toda la incertidumbre personal y el carajal laboral al que hubo que hacer frente, hizo que no estuviera muy centrado en su lectura y que, en consecuencia, no me gustara mucho. Por este motivo, pensando que no había sido justo con la novela, decidí leer la segunda, Mariposas para los muertos, pero me encontré con que la apreciación de la primera sí había sido correcta, al menos desde mi punto de vista, pues no encontré nada que permitiera mejorar la experiencia. Y entonces, os preguntaréis, ¿por qué he sido tan tonto de leer la tercera? Pues porque, cuadriculado que es uno, siendo una trilogía me dio por terminarla un día en que no tenía nada claro qué otro libro comenzar.

No me arrepiento, porque aunque La Casa del Espíritu Dorado tampoco es un novelón, al menos sí es la mejor de las tres que forman la trilogía.

La autora ha decidido, esta vez, que las tribulaciones personajes de la protagonista y su familia deben quedar a un lado (lo que hace preguntarse por qué les dedicó tantas páginas en las novelas anteriores), logrando así que La Casa del Espíritu Dorado sea una novela autónoma más que el colofón de una trilogía (suena extraño decir algo así como mérito, pero así me lo parece en esta ocasión). Además, aunque la mayoría de los personajes siguen siendo planos es un acierto la inclusión del menos plano de todos: el inspector de policía que ya salió en la segunda novela. Pero, sobre todo, lo que se agradece es que la trama es algo más clara y trabajada que en las dos novelas precedentes, hasta el punto de que se puede seguir la acción con cierta lógica sin que las situaciones convenientes se epifanicen como por arte de magia.

Una acción que es, dicho sea de paso, un tanto facilona, porque otra vez cuántas cosas se arreglan con seguimientos que detectaría cualquier hijo de vecino.

Como ocurría en las dos primeras novelas, lo mejor es el trasfondo: el Pekín que no conocemos, donde ser detective privado es ilegal y donde el poder controla casi todo. La trama, pues bueno, no es para tirar cohetes: un abogado guapetón contrata a Mei, la protagonista, para investigar a un intermediario al que unos empresarios de fuera de Pekín han entregado ya mucho dinero –sin resultados- para la promoción de un producto -dejémoslo en «homeopático»- para curar «corazones rotos». No es el único que investiga al caballero, y el otro investigador aparece hecho fosfatina no se sabe muy bien si por los méritos del investigado o por los de sus contactos rusos, hecho que sirve –con poca gracia, dicho sea de paso- para que el poder interfiera sin llegar a ser más que una presencia.

El argumento discurre de un modo facilón, lo cual unido a lo ya dicho sobre los personajes hace que la novela no vaya a provocar, sospecho, grandes festejos entre sus lectores. Lo más interesante, repito, el trasfondo social, en el que no se profundiza demasiado pero en el que se pueden ver bastantes cosas interesantes y sorprendentes para los occidentales.




jueves, 29 de abril de 2021

Mariposas para los muertos – Diane Wei Liang

 



(Trilogía negra de Pekín, 2)

 

                El ojo de jade, primera novela de la trilogía, no me gustó demasiado, pero tuve la sensación de que la lectura había sido víctima colateral de la pandemia del covid-19, porque es la novela que estaba leyendo cuando comenzó el confinamiento en marzo de 2020. Que el virus y la novela vinieran a la vez y de China igual no era la asociación de ideas más estimulante en unos días en que mi mente no estaba precisamente en la literatura, sino, como la de todo el mundo, en los problemas personales y profesionales que la situación imponía.

                Mariposas para los muertos la he leído casi un año después, quince día arriba o abajo, y me ha servido para saber que la sensación de que la primera novela había sido víctima de las circunstancias era errónea: aquella primera novela no me gustó por las mismas razones por las que la segunda tampoco me ha chiflado: una acción algo entrecortada, con idas y venidas y encajes de piezas demasiado fáciles, demasiado sencillos, como si para encontrar una aguja en un pajar bastara pasear unos minutos entre la paja y enseguida la aguja saliera ella solita a saludarte. Eso, respecto a la trama. Respecto a los personajes, casi todos grises, planos y más de uno estereotipado. Y respecto al entorno, que quizá podría ser lo más atractivo, el Pekín de hace un par de décadas tampoco es que aparezca muy definido, más allá de la constante mención a la ilegalidad de las tareas de investigación privada -que por eso se camuflan-, y al omnipresente poder de la dictadura, que aplastando tiempo atrás la revuelta de Tian´anmen ha provocado dos cosas: que la protagonista, Mei, todavía no haya superado estar en aquella ocasión en el bando equivocado (esto es, de parte del Gobierno para el que trabajaba en el departamento de seguridad) y, por otra, que cierto pueblerino encandilado con aquella reclamación de libertad diera con sus huesos en la cárcel durante un porrón de años.

                ¿Qué más sucede? Pues que Mei es contratada por un mandamás de la industria musical para localizar a una joven estrella musical: Lin. No hace falta ser muy avispado para comprender que las dos historias se entrecruzarán conforme Mei pasee de un sitio a otro atando todos los cabos que el viento, siempre favorable, pone en su camino. Y como el camino es tan sencillo, lo «complicado» es el final: es el que es como podía haber sido cualquier otro, porque el planteamiento ofrecía múltiples soluciones.

                Los dilemas familiares de Mei son mencionados para que el lector no los olvide, pero si forman una historia que ha de evolucionar a lo largo de la trilogía, aquí permanecen como estaban. Poco aportan. O más bien nada.

                En resumen, ahora tengo un dilema: leer la última novela de la trilogía, ya que he llegado hasta aquí, a ver si entre las tres hacen más luz que por separado, u olvidarme de ella. Ya veremos.


viernes, 1 de mayo de 2020

El ojo de jade – Diane Wei Liang





(Trilogía negra de Pekín, 1)


                Comencé a leer esta novela a principios de marzo, cuando, covid-19 mediante, empezábamos hablar de China con frecuencia y no precisamente para bien. Las medidas que entonces habían tomado en Wuhan daban cierto miedo. Sin embargo, todavía nadie las pedía en Europa (de hecho, hace unos días repasé la prensa de principios de marzo y hasta el gato estaba en otras cosas) aunque ahora son legión los que dicen que hasta el más tonto lo veía venir. Por desgracia, ninguna de esas mentes preclaras es capaz de explicar qué esta pasando hoy, porque, como dijo en una reciente entrevista Eduardo Mendoza refiriéndose a la complejidad de la situación, «solo los tontos saben lo que ha pasado»; lo cual, unido a la eterna subestimación del número de idiotas que advierte Carlo M. Cipolla, provoca ahora este ejército de gente capaz de predecir el pasado sin aportar soluciones y sí exasperación. Dicho de otro modo, comencé a leer esta novela cuando comenzaban los primeros miedos, llegaban las primeras incertidumbres y carecíamos de toda certeza, y la terminé cuando la única certeza era la falta de colaboración entre debían colaborar y una enfermedad que afectaba a todo el planeta y para la que solo se había encontrado un medicamento: la ruina y miseria de millones de seres humanos.

                En resumen: no leí El ojo de jade con el mejor ánimo, lo cual ha podido influir en la pobre impresión que he sacado de esta novela publicada en España por primera vez en 2007, y reeditada, junto a las otras dos novelas que conforman la Trilogía de Pekín, en un único volumen en 2017.

                La protagonista, Mei, es una muchacha joven que ha dejado su trabajo como empleada pública en asuntos de interior; dado cómo es el régimen chino, ha dejado un muy buen empleo con buen salario y prebendas anexas. No sabemos por qué lo ha hecho, pero sí que en el Pekín naciente al capitalismo de estado ha decidido establecerse como detective privado. Sus dotes para la tarea parecen, en cambio, limitadas. Mei tiene una hermana famosa, una estrella televisiva casada con un nuevo rico, la cual además ejerce de nueva rica de mundo; y Mei tiene también una madre, ya mayor y retirada, que las sacó adelante a las dos; de su padre, Mei recuerda especialmente la triste despedida que solo se explica porque él estaba, políticamente, donde no debía, lo cual hace suscitar la duda (cuya aclaración puede ser delicada) de dónde estaban políticamente su madre y su entorno.

                Un amigo de la madre de Mei le hace un encargo, su primer caso: averiguar el paradero de una pieza milenaria de la dinastía Han que, a su entender, ha ido a parar al mercado negro.

                A partir de este extraño encargo hecho por alguien a quien poco se le ha perdido en el asunto, se desarrolla una «investigación» demasiado simplona como para dotarla de la verosimilitud necesaria. Una investigación que lleva a Mei a descubrir, también, secretos familiares que explican mucho de su propia vida.

                La trama me ha parecido un poco desastrosa,  ya que Mei no debe buscar nada porque todo le sale al camino, aunque igual es por haber leído la novela a trompicones. El lenguaje, normal. Lo más interesante, el reflejo de una sociedad desconocida para los occidentales y en un momento en que también es una gran desconocida para los propios chinos, porque no era lo que había sido y todavía no  llegaba a ser lo que es ahora, tan solo una década después, y mucho menos lo que va a ser de ser dentro de poco.