(Serie Montalbano, 29)
Vigàta.
Dos mujeres jóvenes que trabajan en sucursales bancarias son narcotizadas y
abandonadas poco después sin haber sufrido daño alguno. Por otra parte, la
mafia parece haber incendiado la tienda de un comerciante que se ha negado a
pagar el pizzo. No hay rastro del hombre ni de su novia, aunque nadie ha
denunciado su desaparición. Pueden haber huido. O puede que las causas del
incendio sean otras y ellos, simplemente, estén por ahí.
Con un
comienzo más lento que en las novelas inmediatamente anteriores, así arranca El
carrusel de las confusiones, título deudor de las situaciones que parecen una
cosa y son otra, o una tercera, y que acaban desembocando -tras la ya
acostumbrada relación de dos casos en principio independientes- en un cúmulo
de perversiones, obsesiones y maldades de las que nada más puedo decir sin
destripar la novela.
Como
buen guionista que fue, Camilleri da entrada, entre las víctimas de los sucesos
de esta novela, a personas pertenecientes al mundo de Montalbano (en este caso,
una sobrina de Enzo, el dueño de la trattoria), con la finalidad de acentuar
los vínculos emocionales entre el lector y la historia. A cambio, y para evitar
reiteraciones, se permite dejar de lado a algún otro de los personajes habituales.
Dice
Camilleri, al final, que este es uno de los pocos casos de Montalbano fruto
exclusivo de su imaginación y que no trae por causa alguna noticia. Quizá por
eso los diálogos no son tan fluidos como en otras entregas de la saga sino algo
más densos, y hay un poco de espacio para explicaciones y alguna descripción.
Pero solo un poco, ¿eh?, que Camilleri es Camilleri.
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