Amberes. Hace tiempo, un joven, desconocido y recién
llegado pintor italiano realizó allí, por encargo, un cuadro donde la Virgen aparecía
tan hermosa que conmovía hasta el extremo. El pintor desapareció sin dar
explicaciones tan pronto como le pidieron nuevas pinturas… con una modelo
diferente.
Ha pasado el tiempo, y un viejo pintor de la localidad
recibe el encargo de pintar otro cuadro de la Virgen que complete la capilla en
el que se encuentra aquel primero que realizó el italiano. Ambos cuadros, el
viejo y el nuevo, van a estar uno al lado del otro. Al examinar el viejo cuadro,
el pintor queda a la vez extasiado y apesadumbrado: no se cree capaz de realizar
una pintura digna de estar junto a esa increíble Virgen. No, a menos que
encuentre a una modelo capaz de inspirarle de modo similar a como lo hizo la
modelo original al artista italiano.
Tras mucho deambular y no hacer nada, un día, de improviso,
da con una muchacha que a sus ojos se transforma en una revelación: le ha
bastado verla para comprender que ella y solo ella es la que puede inspirarle
esa obra maestra.
Hay varios problemas, sin embargo. Es una muchacha
huraña, insociable, acogida por un tabernero, nada amiga de tener contacto con
nadie. Y además es judía. ¿Puede la Virgen adoptar la imagen de una mujer no
cristiana?
Esta breve obra de desenvuelve en el proceso por el cual
la muchacha despierta de la adolescencia a la vida gracias a las sensaciones
que le produce abrirse al mundo estableciendo contacto con un extraño y, en especial, sufriendo primero y disfrutando después las encontradas emociones del posado con un bebé en brazos. De modo
paralelo vemos cómo el pintor hace balance de su vida comprendiendo que hasta
ese momento, ya tan tarde, apenas ha hecho nada verdaderamente conmovedor. Es
decir, arte en el sentido profundo. Ha sido un artesano más que el artista que
todos creían, aunque por fortuna la posibilidad de serlo por una vez hace de él
un hombre agradecido con la vida y, en especial, con su modelo, a la que trata
de guiar sin imponer, en especial en el ámbito religioso, mientras convive con
el temor a terminar el cuadro y, con su fin, a perder el contacto con la
muchacha y con él la razón de vivir que ha encontrado.
La historia hace pensar en la relación entre la realidad (las modelos de ambos pintores) y la espiritualidad y, en particular, entre el amor terrenal y la espiritualidad y entre la belleza y la espiritualidad, hasta el punto de que en ocasiones todo se confunde y las mismas modelos que han conducido a los autores a su culmen artístico se transforman en la deidad a la que acaban rindiéndose: el italiano, que renunció a sus oportunidades antes que a traicionar en su mente a la modelo a la que presumiblemente amó de tal manera que terminó sublimando su amor en arte, y el pintor que protagoniza esta novela, que acaba más preocupado por lo que supone terminar la obra que por la obra en sí.
También hace pensar en cómo una persona, en este caso la modelo, deja de ser quien es y evoluciona cuando el entorno le da la ocasión de recibir y dar cariño; y en cómo espanta más la imposibilidad de dar afecto que de recibirlo, y en cómo el ser humano es capaz de refugiarse en sí mismo para, desde allí, amar lo que ha perdido.
La historia hace pensar en la relación entre la realidad (las modelos de ambos pintores) y la espiritualidad y, en particular, entre el amor terrenal y la espiritualidad y entre la belleza y la espiritualidad, hasta el punto de que en ocasiones todo se confunde y las mismas modelos que han conducido a los autores a su culmen artístico se transforman en la deidad a la que acaban rindiéndose: el italiano, que renunció a sus oportunidades antes que a traicionar en su mente a la modelo a la que presumiblemente amó de tal manera que terminó sublimando su amor en arte, y el pintor que protagoniza esta novela, que acaba más preocupado por lo que supone terminar la obra que por la obra en sí.
También hace pensar en cómo una persona, en este caso la modelo, deja de ser quien es y evoluciona cuando el entorno le da la ocasión de recibir y dar cariño; y en cómo espanta más la imposibilidad de dar afecto que de recibirlo, y en cómo el ser humano es capaz de refugiarse en sí mismo para, desde allí, amar lo que ha perdido.
Y sí, el cuadro termina. Termina de muchas maneras y no
todas buenas. Leedlo y lo comprobaréis, y comprobaréis también el magnífico
fogonazo de hermosura que el autor es capaz de sacar en el momento más trágico.
Una historia bella, breve, conmovedora, narrada con un
lenguaje rico y plagado de metáforas encadenadas que por momentos pueden
resultar algo recargadas y un tanto superlativas. Una historia que acaba
enfrentando la paz, a través del arte, con la barbarie de la sinrazón. Allá
donde ha habido belleza, durante algún momento ha habido paz.
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