Octavio,
un funcionario de mediana edad de un ayuntamiento catalán, un tipo de existencia
gris cuya personalidad ha sido anulada por su esposa, se encuentra con esta de
vacaciones en Marrakech. Allí, en el
hotel, se topa con una agradable sorpresa: de pronto su esposa muere. A medias
para celebrarlo y a medias para asegurarse del óbito, a Octavio le da por
empinar el codo en presencia del fiambre. Pero en cuanto sale de la habitación
no sabe muy bien para qué, si para pedir ayuda o probar a vivir respirando por
sí mismo, cae en manos, o en la compañía, de un argentino llamado Soldati, una
mezcla de estafador, embaucador, iluso empresario e inexplicable
fiel amigo que se lo lleva de juerga sin desembolsar Soldati
un céntimo, y de tal manera financia el argentino la fiesta que terminan escapando de unos
caballeros bolivianos con no muy buenas intenciones.
Con una
capacidad prodigiosa para provocar desastres y unas veces a tortas con el mundo y otras a
besos con la casualidad, la estrambótica huida todo el país es el armazón de la
novela; huida a cuyo fin es de suponer que el lector averiguará qué pasó con la
muerta abandonada –y, por tanto, qué puede ocurrirle a Octavio- y por qué se
empeñan tanto los bolivianos en dar con los prófugos. A medio camino se les une
un tercer personaje que, a su modo, es el más normal y a la vez inverosímil,
y también el que más ternura provoca, sobre el que no digo más para no anular
la sorpresa.
El
conjunto, una novela magnífica con notables recursos humorísticos, desde el
golpe inesperado a la obsesión por el fútbol paralizador de mentes y países, el
tango, los eufemismos con que Soldati disfraza sus trapacerías y, sobre todo,
la condición de perdedores de todos los personajes; perdedores, incluso, cuando
están satisfechos del modo en que buscan su libertad.
Esa es
la segunda huida de Octavio: la de su vida pasada. ¿Hacia dónde va? No lo sabe,
hacia delante, siempre, porque la vida, piensa a partir de una reflexión de su
compañero, es un camino solo de ida. De esta forma la fuga en coche a través de
carreteruchas y desiertos enmascara una huida más profunda a la búsqueda
de un «yo» que ni siquiera Octavio sabe quién es, aunque actúa como si la
manera de encontrarlo fuera hacer exactamente lo que le diera la gana. ¿Pero
somos eso? ¿Somos lo que seríamos si pudiéramos hacer cuanto quisiéramos? Esa
acaba siendo la pregunta clave.
Una
trama entretenida, que solo en algún punto, mediado el libro, se hace un pelín
larga por el temor de que nada cambie hasta el final y todo sea corretear por
Marruecos, con momentos de humor brillantes y con un lenguaje y forma de expresión
que quizá no sean suficientemente valoradas por la triste costumbre de asociar
humor a ligereza. En definitiva, un buen libro al que se agradece haber
dedicado el tiempo.
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