Ebooks, administración electrónica, informatización... Una
de las consecuencias de la revolución es la desaparición del papel. Desde hace
tiempo se puede escribir y publicar una novela sin ver ni tocar un folio; y las
oficinas que antes los compraban por palés, ahora tienen el almacén casi vacío.
Junto al papel, ordenándolo, adecentándolo, restaurándole
los costurones, poniéndolo guapo para contarnos historias, dar noticia de
alguien o informarnos de asuntos importantes, existían ayudantes como tijeras,
gomas, clips, grapas, sacapuntas, perforadoras, anillas, cuños... Su vida también
se apaga porque está subordinada a la del papel, pero, cuando algo desaparece,
en la memoria permanece lo principal o lo que asumió el protagonismo, y el resto
alimenta el olvido.
Muchos de esos ayudantes agonizan ahora en el fondo de
cajones, conscientes de que el día en que se pierdan nadie vendrá a
sustituirlos. Algunos irán a la basura tan pronto como una pieza se deteriore; unos
pocos, más afortunados, serán una suerte objeto de coleccionista, como las
barritas de lacre que antes «encriptaba» los textos confidenciales y que, hace
años, rescaté de las catacumbas de unas oficinas para que alguien, alguna vez,
al verlas recordara cómo cuando conseguimos alguna meta, grande o pequeña, a
menudo dejamos morir sin gloria aquello que nos ayudó a alcanzarla.
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