Hay quien dice que «tonto del haba» es quien se topa con el haba en el roscón de Reyes. Otros afirman que «haba» es una forma del llamar al pene, de ahí que en otros tiempos se introdujeran habas en pasteles como «sorpresa/provocación»; afirman estos, también, que «tonto del haba» equivale a decir «gilipollas» eludiendo la pronunciación de una palabra malsonante. Digo yo que, en esta teoría, «gilipollas» provendrá de «gilí» -tonto, lelo- y «pollas» (si es que viene de algún sitio, porque tengo entendido que los gilipollas han existido siempre). En esta tontería que estoy improvisando, una y otra expresión podrían traducirse por «tonto de los cojones».
No sé si he atinado en algo o si estoy haciendo el tonto... (añádase lo que proceda), pero dicho queda como pequeño prólogo para contar que apenas recuerdo haber escuchado o leído la afectada expresión «tonto del haba». En cambio, sí he escuchado y utilizado a menudo «tontolaba», contracción evolucionada en la práctica a palabrita que hace nada tuve el gustazo de encontrar en boca de uno de los personajes de la novela más vendida (y además excelente) de los últimos meses: Patria.
En la acepción en que siempre la he conocido, tontolaba resume una colección de improperios: tonto, desde luego; inútil, por supuesto; y, según la ocasión, creído, bravucón, irresponsable, ignorante pretencioso... Muchas cosas, pero siempre algo que a partir de cierta mezcla de estupidez y osadía resulta molesto aunque solo sea porque nos hace perder tiempo. Esto es clave: mientras que un gilipollas puede serlo en soledad, el tontolaba es como un moscardón; solo nos acordamos de él cuando lo escuchamos zumbar.
Dada la poca carga soez de su etimología, es un magnífico insulto para monicacos indignos de que una palabra gruesa disuelva en un mínimo de enojo algo de la indiferencia que merecen.
¿Y todo esto, por qué? Porque de vez en cuando la conducta de algunas personas me recuerdan la palabrita, y también para dejar constancia de que tontolaba no aparece en el Diccionario de la Real Academia. ¿Una pena? No lo sé, porque de alguna manera es una ausencia lógica: mientras no molesta, ¿quién se acuerda de un tontolaba?
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