Pocas veces he terminado de leer un libro sintiendo tantas ganas de regalarlo a diestro y siniestro. Me lo he pasado en grande, y no solo porque es muy divertido sino porque contiene una crítica enorme de la corrupción que no cesa. En el caso español, además, es una “corrupción de nuevos ricos” que aquí se ve perfectamente reflejada, con guiños que ningún lector dejará de entender.
Dice el autor antes de comenzar (y es la primera broma) “todo lo que se cuenta en este relato es ficción, todos los personajes son inventados, y el hecho de tener que explicarlo ya indica que la realidad es tremenda”.
No, no todo es inventado: hay alusiones clarísimas a famosos casos de corrupción, pero eso es lo de menos: lo verdaderamente meritorio es la forma en la que muestra lo grosero, lo zafio, lo inmensamente palurdo de la corrupción, cómo el corrupto es el asno que se abre paso a culazos en el apestoso establo para comer hasta reventar, y que cuando se ve masticando y espantando moscas con el rabo se cree más listo que nadie. Es la realidad: no hay corrupto que no sea crea inteligente, por más que no sea más que un animal cegado por la comida comiendo a dos carrillos.
Eso es lo que muestra el autor: un mundo donde asnos, cerdos, borregos y cabestros compiten entre sí por engordar, por engordar hasta reventar, porque todos acaban reventando antes o después: Si no es de la indigestión, es porque siempre llega alguien más listo y capaz de engordar a su costa.
Y todo ante la complacencia de una sociedad -de cuyos valores brota al final la corrupción- que en la novela encarna la locura y el éxito de la telebasura, y que jalea el espectáculo de cómo esos animalitos comen, engordan y explotan y otros vienen a sucederles.
El final es brillante y, desde luego, la más contundente crítica que contiene la novela. Y lo que es peor: tiene gran parte de razón.
Para terminar, una referencia al modo de escribir, graciosísimo y que engancha: el libro está compuesto por una serie de “declaraciones” de los personajes de apenas una página cada una, que viene precedidas del nombre y “oficio” de quien interviene y de un “titular” para ilustrar la exposición. Consigue enganchar más fácilmente, y dota a la historia de una agilidad tremenda.
Muy, muy, muy recomendable para divertirse y, sobre todo, para reflexionar.
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