En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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jueves, 21 de abril de 2022

Que se mueran los feos - Boris Vian

 



Si el hiperactivo Boris Vian no hubiera muerto en 1959 a los 39 años (de un infarto mientras asistía de incógnito al estreno de la adaptación cinematográfica de «Escupiré sobre vuestra tumba», de la que se había visto expulsado tras enfrentarse a guionista, productor y director) a saber dónde hubiera llegado. Y quizá hubiera alcanzado a vivir el reconocimiento literario que así le llegó post mortem. Que se mueran los feos, publicada cuando Boris Vian tenía 28 años, vio la luz bajo el seudónimo de Vernon Sullivan (inspirado en dos músicos de jazz), uno de la casi treintena de seudónimos que utilizó en su vida.

Que se mueran los feos está protagonizada y narrada en primera persona por el californiano Rock Bailey, un guaperas rubio, alto, musculoso, de diecinueve años y medio por el que se pirran todas y cada una de las chicas que se cruzan con él, las cuales intentan, sin ningún disimulo, pero en vano, llevárselo a la cama. Pero es que Rock se ha prometido llegar virgen a los 20. 

La primera prueba a que debe someter su determinación le llega pronto: al salir a oxigenarse del garito donde anda divirtiéndose, evitando las acometidas de sus amigas y, en especial, de una muchacha con el discreto nombre de Sunday Love, es secuestrado y aparece desnudo en una habitación en la que pronto entra, con igual vestimenta y no poco cariñosa, la mujer más hermosa que vieron los siglos. Qué sucede, lo sabrá quien lea el libro, pero a partir de ese momento se desencadena una historia vibrante, enloquecida, absurda y plena de humor en la que se mezclan componentes negros y distópicos para zambullir al lector en el mundo de la belleza sensual arrebatadora y el deseo desenfrenado. Si Millás y Arsuaga decían en su primer libro conjunto que la evolución se explica o por la adaptación al medio o por el sexo, en Que se mueran los feos encontramos esta última idea llevada al extremo: la selección natural devenida en artificial con criterios puramente estéticos. ¿Se imaginan ustedes una humanidad formada por seres de una belleza escalofriante?

Bueno, pues imagínenselo. Quizá ahora, tan atrás ya 1948, cuando la novela se publicó, no andamos ya tan lejos de esa situación por culpa de la proliferación de cirugías estéticas para escapar de la vejez que transforman a los operados en clones; quizá entonces lleguen a misma conclusión que la novela: que acabamos atraídos por lo distinto. En el mundo de los guapos el feo es rey.

Junto al argumento, original, bien organizado y que juega con personajes caricaturescos inspirados en tópicos de la ficción (sobre todo cinematográfica), como los profesores chiflados, las conspiraciones para hacerse con el poder absoluto o los personajes con manías, lo que destaca es el inteligentísimo humor de Vian, que se apoya en la falta de miedo de los personajes -que no en su falta de prudencia- en las ingenuas, utilitaristas y directas consideraciones que hacen, en la relativización de los principios para justificar la caída en la tentación, en el natural modo en que la realidad digiere lo absurdo, en el pragmatismo y en la hipérbole.

Un clásico de la literatura de humor.




miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Arrancacorazones – Boris Vian






    Cuando un barco es botado lanzándolo por una especie de trampolín de esquí, cuando navega moviendo pies articulados, o cuando la criada que se beneficia el protagonista responde al delicado nombre de Culoblanco, parece oportuno incluir el libro bajo la etiqueta de libros de humor, aunque en realidad El Arrancacorazones es una novela más inquietante que humorística.

    Esta novela, como otras del autor, es una mezcla de realidad, sueño y delirio donde el absurdo se abre paso para mostrar, a su través, el lado oscuro del ser humano.

    Un psiquiatra que solo aspira a psicoanalizar a alguien, Jacquemort, aparece un buen día en una casa junto a un acantilado, donde se topa con una criada (Culoblanco) muy receptiva a practicar cierta actividad en solo cierta postura; se topa también con Clémentine, la señora de la casa que acaba de dar a luz a unos trillizos de sorprendente evolución (Citröen, Noel y Joel) y con Ángel, su marido. Unamos al menos otros dos personajes en el pueblo cercano: el viejo de La Gloira (que se dedica acumular un oro que no puede disfrutar, a cambio de asumir la vergüenza de los vecinos del pueblo, los cuales se pueden permitir así tropelías como el mercado de viejos, donde se venden personas con cualquier fin), y el cura, obsesionado por la idea radicalizada de que Dios es un lujo, y los feligreses unos borricos incapaces de apreciarlo.

    Con estos mimbres, Vian teje una historia rara, donde la evolución desde la perspectiva de Jacquemort viene dada, sobre todo, por la evolución de Clèmentine y los niños en un entorno semimágico donde la ingestión de una babosa azul, por ejemplo, puede hacer volar. Los trillizos evolucionan desde la nada a una inquietante presencia, inquietud que se difumina en cuanto son capaces de buscar la libertad; Ángel, por su parte, es un pegote que, simplemente, huye de la soledad en compañía refugiándose en la soledad absoluta; Clèmentine, por su parte, es el pilar más sólido en el que se apoya la historia: comienza siendo una madre desapegada, y termina desarrollando una obsesión sobre los muchos males que acechan a sus hijos que conduce al final de la obra.

    Una novela sobre los excesos del ser humano vistos desde el absurdo y lo irreal. Pero excesos al fin y al cabo. Original, por momentos divertida y, siempre, inquietante.





viernes, 13 de mayo de 2011

El lobo hombre - Boris Vian





Recopilación de cuentos inconexos que tienen en común la época en que fueron escritos (finales de los años 40) y la mezcla irónica de realidad y fantasía. Fantasía absurda, pero fantasía divertida, como cuando la campanilla del timbre muerde el dedo de uno de los personajes y el que viene detrás la mata de un tiro.

Usar de esta forma la fantasía, lo inverosímil, permite algunos finales duros, como si la “irrealidad” los dulcificara o los hiciera asumibles, y deja claro que hasta para soportar las cosas malas e inevitables necesitamos excusas. En estos cuentos, además, se mezcla la dureza con el humor, y el resultado de la contradicción no deja indiferente. ¿Pero cuál es el mayor mérito de Vian? Hacernos visibles desde el absurdo, reconocibles desde lo irreconocible, mostrarnos en el espejo la imagen deformada y que al verla digamos “¡andá, si soy yo!”, hacernos reír de nosotros mismos y, a veces, hacernos sentir pena de ser como somos.