En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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jueves, 5 de abril de 2018

Incendio – Tess Gerritsen




     Los libros escritos para ser best seller cumplen la idea, básica en publicidad, de que cuanto más numeroso sea el público a alcanzar, más básico debe ser el mensaje. Son historias claras, sin dificultades de comprensión porque no requieren interpretación ni tienen simbolismo alguno; tampoco tienen estructuras complejas, ni lenguaje elaborado y rara vez recurren a ciertas figuras; también dejan poco a la aportación del lector: se lo dan todo masticadito para que se entretenga, y buscan atrapar su interés con una sucesión de interrogantes, o con alguno bien grande. Pero esto no quiere decir que cualquiera pueda escribir un best seller: en su técnica, como en todo, también puede buscarse la excelencia. Por tanto, algo tendrán los autores –si quiera sea un extraordinario dominio de esta técnica- cuando, como Tess Gerritsen, pueden presumir de haber vendido más de treinta millones de ejemplares.

     Eso es lo que pensé cuando por casualidad cayó en mis manos Incendio, una novela que cuenta el misterio de una composición «maldita», que parece enloquecer a quienes la escuchan. Descubierta en una tienda de antigüedades en Roma por una violinista norteamericana, la pieza cambia el comportamiento de su pequeña hija de tres años, hasta el punto de que la protagonista cree enloquecer y decide investigar el origen de la pieza para intentar hacer luz sobre el asunto. No hace falta esperar a que Julia, que así se llama la violinista, lo consiga, porque la autora se preocupa de que vayamos conociendo la historia de Lorenzo, que da comienzo en los años treinta del siglo XX. Ambas historias discurren en paralelo hasta llegar a un final en el que el deseo de desenmarañar todo hace la lectura más rápida y fluida.

     Incendio es una más que entretenida novela de intriga y  en la que, además, muchos lectores acabarán sabiendo algo –qué clara es la nota al final del libro- sobre la suerte de los judíos en la Italia fascista, una historia trágica compartida con los judíos de otros países europeos, pero para muchas personas desconocida porque en Italia el exterminio no alcanzó cotas porcentualmente tan elevadas.

     Así como la historia de Julia limita su aliciente al planteamiento del misterio de la pieza musical, a que es ella la llamada a desentrañarlo y a saber si logrará conservar un mínimo equilibrio mental, la historia de Lorenzo –que en el fondo es una historia de amor- parece especialmente respetuosa con las circunstancias históricas que la rodean, aunque psicológicamente es de una superficialidad tan abrumadora como expeditivo es el final en algunos puntos. Un final bonito y propenso a la lágrima fácil.

     Una novela entretenida, buena para pasar unas pocas horas. Volviendo al principio, «técnica best seller»... correctamente aplicada. 


jueves, 9 de junio de 2016

Sobre la escritura



SOBRE LA ESCRITURA

Desde que a los siete u ocho años cogí la máquina de escribir de mi padre para redactar historias en hojitas de papel cuadriculado y soñar con que los demás soñaran con ellas, sé que muchos escritores miden su éxito o su fracaso en términos comerciales. Pero a pesar de aquellos sueños de niño, me cuesta ponerme en su lugar, como entenderá quien sepa que mi mejor libro (o al menos el que yo tengo por tal) lo escribí solo para mí y no ha de ver la luz.

            Pero sea el objetivo comercial, o personal y literario, el aprendizaje es largo y exigente. Y en su suerte juegan un papel relevante, a veces decisivo, quienes te rodean.

            Hay un tipo de adulación inevitable y que solo busca la comodidad en el día a día. La de los amigos y la familia. Te leen, opinan por afecto e, invariablemente, para tenerte contento o hacerse querer concluyen que lo haces muy bien. Ánimo, sigue así. Eres un tío grande. Pero esta noche no te pondrás a escribir, ¿verdad?, o no podremos salir a cenar.

            Ánimos que estimulan pero que no señalan ni allanan caminos. Es la reflexión crítica la que te hace mejorar. La crítica que piensa, la que percibe fallos porque es capaz de encontrar soluciones. La que intenta anticiparse a tus errores porque te conoce. Es como más rápido y con mayor calidad se avanza en lo literario, en lo comercial y en todo: que alguien con capacidad se moleste en conocerte y en analizar lo que haces y te critique, advierta o sugiera, es un privilegio que pocos tienen y menos saben valorar.

            Yo he tenido escasos aduladores espontáneos porque o no me han encontrado o soy poco rentable para ellos. Y he tenido suerte con la familia y los amigos: no los mareo dándoles a leer nada, pero cuando me han pedido un escrito nadie ha querido verme por debajo del nivel que creen que puedo alcanzar: cuando algo no les ha gustado, me lo han dicho de forma descarnada; e incluso han torcido el gesto si, gustándoles, pensaban que lo podía hacer mejor; pero el mundillo literario no les interesa más que como lectores. Sus opiniones empiezan y acaban en lo que leen y, como a cualquiera cuando otro le habla de aficiones desconocidas, difícilmente pueden adoptar una visión en perspectiva. Ahora ya no, pero hace tiempo solía conversar sobre mis inquietudes con personas con similares aficiones, lo cual siempre enriquece, pero, salvo que mi mala memoria me haga ser injusto, recuerdo más opiniones improvisadas al hilo de conversaciones que críticas trabajadas en profundidad, y tampoco era frecuente que alguien soliera anticiparse para hacerme sugerencias y evitarme errores o rumbos equivocados. Hace falta mucho interés para acometer ese trabajo, y además no soy fácil: no busco y encuentro argumentos para disfrazar impulsos, como tanta gente, sino que sigo el orden lógico; mis decisiones suelen ser fruto de la reflexión y por eso suelo exponer mis razones con una vehemencia que a menudo parece resistencia, porque si algo debe acabar con ellas, debe ser capaz de vencerlas en el debate. En lo literario, a diferencia de en lo profesional, no he encontrado a nadie que haga conmigo algo tan duro e ingrato como ejercer de abogado del diablo, aunque yo sí lo he sido de otros, y también así he aprendido.

            Por todo lo que he dicho, casi todo lo que sé lo debo a lo que he observado en muchos, a lo que he ayudado a unos pocos y, sobre todo, a mis numerosos errores.

Algo he aprendido. Ahora, donde al principio miraba con curiosidad y voluntad de aprendizaje, pronto distingo la estrategia del vencedor y la del perdedor, y raras veces me equivoco; lo sé porque aunque se precisan años para confirmar las impresiones, ya han pasado unos cuantos. Mejoran y prosperan quienes hacen ciertas cosas, y fracasan quienes hacen otras. Pero si la fórmula mágica no existe es porque saber lo que hay que hacer no implica saber hacerlo.

Saber qué es solo el primer paso para aprender cómo. Cuando crees saber algo hay que seguir observando, reflexionando, escribiendo, equivocándote y aprendiendo. Y hacerlo bajo el riesgo de haberte confundido con el qué, y sabiendo que puedes no encontrar el cómo. Sé poco, pero sé que sabiendo el qué, no hay dos cómos iguales, y cada cual debe encontrar el suyo, si es capaz.

Encontrarlo requiere tesón, paciencia y asumir riesgos no para alcanzar el objetivo final, sino los intermedios. Esos que ninguna gloria dan.

Para saber cómo funcionan algunas cosas y compararme conmigo mismo, me han venido muy bien novelitas y  relatos que considero solo «entrenamientos» o intentos fallidos, y a los que he podido sacrificar en ebook, bajo pseudónimo, en procesos de prueba y error. Dicho así suena fácil o al menos cómodo, ¿verdad? Pero también estas obras han requerido una cantidad ingente de trabajo y esfuerzo. Todas surgieron por o para algo. Y tras cada una hay alegrías y decepciones. Sacrificarlas y al hacerlo enterrar tanto trabajo no es otra cosa que la dureza del camino.

Intento escribir al revés de quienes lo hacen en los momentos felices de publicación, adulación, presentaciones y entrevistas y en cambio en los de plomo cierran el ordenador y se van de parranda, porque el día a día de un escritor suele ser de plomo y el oro es escaso y efímero. Prefiero  escribir desde la serenidad de sentirme nada que desde la euforia de creerme todo, tan cercana a la ceguera. Cuando no lo he hecho así, qué vergüenza he pasado tiempo después al releer.

            Mis errores, mis maestros, me pasan facturas que a veces me dejan exhausto: novelas enteras mal orientadas, escritas como si al talento y a la inspiración pudiera sustituirlos el entusiasmo en lugar del esfuerzo. Docenas de historias comenzadas e inconclusas. Cada una, un camino cortado. Marcha atrás con la experiencia y el cansancio del trayecto recorrido, y vuelta a empezar en otra historia, en otro mundo. Miles de horas de trabajo del que no puedes recordar nada de lo que sentirte orgulloso, miles de horas de mirar una pantalla en la que puede haber cualquier cosa mientras buscas en tu cabeza no sabes qué, pero tras las cuales un día alumbras algo que sabes bueno. Y si en esas escasas ocasiones lo sacrificas todo y dedicas tu tiempo a trabajar, escribes unas páginas hermosas que si eres capaz de limpiar y pulir darán sentido a años de esfuerzo. Muchos se miran sin pudor en el espejo de escritores célebres para justificar lo mismo la autoedición como por qué su talento no debe medirse por las ventas, pero nadie dice que a menudo la celebridad procede de solo un puñado de páginas fruto de una vida de renuncias y trabajo entregado y, de no ser por ellas, estéril. Solo trabajando y estando alerta para ver dentro y fuera de nosotros mismos podremos comprender, aprender y alcanzar nuestro límite.

            No es sencillo. Y aún lográndolo, si no nos contentamos con escribir para nosotros, más nos vale trabajar también la humildad, saber que nuestro límite estará más cercano a la cumbre de una colina desconocida que a la del Everest; también será el momento de recordar que para escribir bien hace falta ser buen escritor, y para vender mucho, un buen vendedor. Y como todo en la vida es circular, termino donde he empezado: hay vendedores que se meten a escritores. Pero este texto no va dirigido a ellos.