En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 29 de septiembre de 2025

Tombuctú – Paul Auster

 


A Tombuctú, 55000 habitantes, en Mali (puesto 186 de 191 en el Índice de Desarrollo Humano del Banco Mundial), situada siete kilómetros al norte del río Níger, solo llega una carretera, la que sigue el curso del río. Más allá de Tombuctú, al norte, no hay nada. Literalmente. Millares de kilómetros de desierto, como podéis ver. Tombuctú hace frontera con la nada. Vista desde el aire apenas parece una filigrana en la arena debido a que las calles sin asfaltar y las casas de adobe tienen el color del desierto. 



Por eso William Gurevitch, el mendigo autodenominado Willy Christmas desde que Papá Noel, ejem, tuvo a bien cambiar su vida hablándole desde la tele, por eso, digo, William utiliza la expresión «ir a Tombuctú» como sinónimo de morirse. Porque después de la muerte, como después de Tombuctú, no hay nada.

William, que algún trastorno psiquiátrico padece, ha pasado la vida como vagabundo por medio país, recalando los inviernos en la casa materna en Brooklyn. Hasta que murió su madre. Escribe poesía. Desde hace unos años comparte su vida con un perro de raza indefinida, Míster Bones, al que acogió de cachorro, el verdadero protagonista de la novela.

Las obras completas de William yacen en la taquilla de una estación, de donde antes o después serán desalojadas para ir a la basura si nadie acude a rescatarlas. De ocurrir, se perderá lo único que, junto a Míster Bones, ha dado sentido a su vida. Complicada está la cosa, porque desde hace unos meses en Willy se ha manifestado un cáncer de pulmón o algo similar. La novela comienza en el punto en el que el vagabundo ha comprendido que, tras deambular tantos años por Estados Unidos, su siguiente destino es ya Tombuctú.

Por eso al comienzo de la novela Willy acaba de llegar a Baltimore, porque allí se fue a vivir, hace una eternidad, una mujer, una profesora, la única persona que creyó en él. En sus capacidades. En concreto, en él como escritor. Ella, que si está viva será ya una anciana muy anciana, cuidará de Míster Bones y se hará cargo de la obra literaria de Willy. La anciana podrá publicarla. Ella creía en Willy y para él, probablemente, el mínimo reconocimiento que implica toda publicación por un tercero sea la única posibilidad de justificar, de reivindicar su existencia, de sentirse alguien, de dejar constancia de que ha habido una razón para que él estuviera en este mundo. Es un último grito reclamando la dignidad que la sociedad le ha negado.

Pero la verdad es que el pobre hombre, a la vez insociable, gruñón y pragmático, está en las últimas y cada vez que se sienta o se tumba a reponer fuerzas en cualquier sitio todo hace pensar que no va a volver a levantarse.

El interés en este punto de la novela es ver cómo afronta el personaje, consciente de su situación, la cercanía de Tombuctú; cómo influye eso en sus prioridades. Y enseguida vemos que los afectos se imponen a la vanidad. Al menos en este caso, claro, que ya sabemos que hay seres humanos egoístas hasta más allá de la muerte, pero no es el caso de Willy, y eso que él solo tiene a Míster Bones como depositario de sus sentimientos. De su amor, por decirlo claramente.

El chucho es, ejem, una buena persona. Y, además, sensato. Paul Auster lo humaniza trasladando al lector los complejos pensamientos del animal, que, además, entiende cuanto le dice su amo. El pobre perro, que comprende que a Tombuctú no va uno cuando quiere ni tampoco es admitido allí como acompañante, sufre anticipando lo inconcebible: la vida en soledad. ¿Qué será de él? Willy quiere dejarlo al cuidado de la anciana, si es que vive, porque la alternativa es que Míster Bones acabe preso en una perrera desde la que, entonces sí, lo despacharán cruelmente a Tombuctú.

En estas transcurre media novela. En la otra media, en la que Auster nos deposita suavemente evitando al lector todo trauma (detalle que para mí tiene una importancia capital para la continuidad emocional de la obra, en la que lo que más destaca es precisamente el delicado juego de equilibrios emocionales) conocemos la peripecia de Míster Bones. Cómo se busca la vida, cómo es capaz de adaptarse a las circunstancias y, sobre todo, a los humanos. Es un tipo bueno y listo, que sabe hacerse querer. Sin embargo, junto al miedo a la soledad ahora tiene la certeza de que en la vida no hay certezas. Y eso es insoportable. Supone vivir en un miedo permanente. Su única certeza había sido Willy, y así lo sigue sintiendo. La aventura, de tintes tragicómicos, juega con el corazoncito del perro y, de paso, con el del lector, que se alegra con la suerte del animal y se angustia con sus miedos e incertidumbres.

Son estos últimos los que provocan en el desventurado chucho, al que el lector ya se ha rendido hace rato, una reacción que no tendría de conocer la realidad, y que lo ponen en la tesitura, a un tiempo triste y emotiva, de reencontrarse con Willy. En Tombuctú.

Y así es como Auster cierra la novela con la lúcida idea de que, más allá de todo miedo y dolor, está la alegría de la esperanza.


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