Aunque Andrea Camilleri comenzó a escribir y publicar en torno a los 69 años, que no parece una edad sexualmente tan agitada como los 23, el sexo está tan presente en toda su obra que puede afirmarse que jamás se lo quitó de la mente, y eso que escribió hasta su muerte a los 93 años.
Que esté presente no significa que sea explícito, pero está. Su potencia movilizadora es enorme en determinados momentos de la vida para todo el mundo; para algunas personas es una obsesión perpetua; para muchísimos es algo ambivalente –para bien o para mal- por navegar a la vez en las aguas de la biología y en las de la moral (un pie en el séptimo cielo y otro en las puertas del infierno); para muchas otras el sexo es el más entretenido pasatiempo; y para todos los donjuanitos de ambos sexos de todas las épocas la «caza» es una forma de reafirmarse, de seguir sintiéndose jóvenes, o atractivos, o… El sexo incluso puede ser un modo de ascenso social o el camino más recto para la consecución de favores u objetivos.
Para cada uno de los personajes de Camilleri la motivación puede ser una u otra, o varias al mismo tiempo. Lo cierto es que siendo tan potente el motor no es de extrañar que en una sociedad oficialmente mojigata la lujuria corra alegremente entre bambalinas. Incluso llega a chorrear. Así es como los genuinos meapilas conviven sin saberlo con quienes, vamos a decirlo así, tienen una notable apertura de miras (algunos de los cuales, es justo decirlo, también son meapilas, aunque no genuinos). Y dado que desde el beso a otras cosillas la boca es uno de los principales órganos sexuales, en este libro no se distingue la lujuria de la gula. Todos son apetitos, y todo nutre: lo que no el cuerpo, sí el espíritu.
Cuento esto porque los ocho relatos que componen este tercer volumen de «Historias de Vigàta» dan al sexo un papel central. Casi todo lo que sucede tiene al sexo por causa o consecuencia.
Algo más tienen en común: unos personajes masculinos sumamente impresionables (vamos a decirlo así) ante los encantos femeninos y mujeres que cuando son bellas son además lanzadas y poco dadas a hacer ascos a los guapetones. Y no hay historia de Camilleri sin una mujer de belleza hipnótica.
En resumen, que estos ocho relatos son una especie de erotismo de baja intensidad por carencia de escenas explícitas, o de alta si se tiene en cuenta su valor motivador de los argumentos. Algo así, pero más mitigado, sucedía en los dos anteriores volúmenes, aunque en ellos algunos relatos hacían concesiones a otros temas, si no recuerdo mal.
El tono es el habitual en Camilleri, ágil, directo, sin apenas digresiones o descripciones, solo hechos, con un punto de humor y ternura, de comprensión ante las debilidades de las que cada uno es su propia víctima, de rechifla ante los defectos que se intentan imponer a los demás, de complicidad con el pícaro pobre y desdén hacia el manipulador poderoso. El lugar y época también acompañan: la antigua Vigàta, esa localidad, remedo de Porto Empedocle, donde nació Camilleri, y donde tan bien se mueve en las historias que sitúa entre mediados del siglo XIX y mediados del XX.
Un libro, también, que en parte leí en Sicilia porque no podía estar allí sin leer algo de Camilleri, y este libro fue el elegido, junto a Gotas de Sicilia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario