En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 19 de mayo de 2025

La cuesta de los saponari – Cristina Cassar Scalia

 


Tercera novela protagonizada por la subcomisaria de la policía italiana Vanina Garrasi, palermitana afincada en Catania, a donde llegó tras salir pitando desde su destino antimafia en Palermo debido a una monumental empanada afectivo-laboral. 

    La autora dedica las primeras páginas a hacer un rápido repaso de esos detalles y de quién es quién en el entorno de la protagonista. Lo hace, sin duda, pensando en los lectores que llegan a La cuesta de los saponari (literalmente, «La cuesta de los jaboneros») sin pasar por las novelas previas. Pero para quienes, como es mi caso, hayan leído esas dos novelas hace pocos meses, este inicio se hará un poco lento y desustanciado, aunque en cuanto la historia coge velocidad se hace tan entretenida como las anteriores y, al igual que ellas, tiene giros brillantes y originales, pero no forzados, que mantienen el suspense hasta el final. La constancia del ritmo también es la misma, y permite leer sin esfuerzo con rapidez y atención.

    Que la protagonista sea la jefa de la unidad de homicidios implica, en buena lógica, la presencia de algún fiambre. Quien aporta su cuerpo serrano para la ocasión es un cubano ya mayor, rico, afincado en Suiza, que a saber qué hacía en Sicilia cuando alguien se lo cargó en el aparcamiento del aeropuerto de Fontanarrosa, el quinto más concurrido de Italia (a pesar de que Catania tiene menos de 340 000 habitantes y la provincia solo un millón).

    Con el Etna siempre vigilante se produce lo habitual en estos casos: es preciso husmear en la vida de la víctima para saber quién ha podido tratarlo con tan poca amabilidad. Y como el muerto no solo había tenido ya bastantes años para hacer amigos y enemigos sino que, también, poseía una biografía casi geográfica (nacido en Cuba, se había pirado a Estados Unidos y había acabado en Suiza antes de ser apiolado en Italia y entre medio no paraba de ir de acá para allá), el asunto se complica. Lógicamente, no hay testigos ni pruebas que permitan señalar inequívocamente a un culpable, porque si los malos de las novelas fueran tan torpes como los reales, casi todas acabarían en la página cincuenta. Ah, al caballero tampoco se le habían dado mal los amores. O cosas parecidas.

    Con este planteamiento la acción avanza gracias a las distintas habilidades de los miembros de la unidad, a sus contactos, y a Biagio Patane, el viejo comisario octogenario que Vanina tiene adoptado. El trabajo avanza mezclado con la evolución de la empanada afectivo-laboral de Vanina, que es el cemento que une todas las novelas de la saga. En el tira y afloja con su amor correspondido pero imposible, el fiscal antimafia palermitano Paolo Malfitano, sucede lo que sabrá quien lea la novela, en cuyas páginas Vanina sigue algo anafrodita (lo cual no es de extrañar, con lo poco que duerme), aunque no lo bastante como para que… Bueno, si hay revolcón y con quién, dejo que lo descubra cada lector.

    Probablemente, Cristina Cassar Scalia, llegada esta tercera novela, haya pensado que las tribulaciones emocionales de Vanina solo pueden servir de nexo entre todas las novelas de la saga sometiendo a la pobre a un calvario afectivo que antes o después puede acabar en un más difícil todavía demasiado extravagante, de modo que para tomar su relevo en todo o en parte La cuesta de los saponari apunta ya  de modo decidido (al modo de las novelas protagonizadas por Sebastian Bergman, pero no con la maestría y osadía de Hjorth y Rosenfeldt) a crear intriga y cemento a costa de la vida privada y andanzas de personajes secundarios: las desventuras del divorciado y eficaz inspector Lo Faro, las andanzas del forense homosexual y su pareja, la abogada locatis amiga de Vanina y, claro está, las relaciones entre el jefe, Macchia, y la despampanante subordinada de Vanina, la inspectora Bonazzoli, a la que solo separa de la perfección que su tipazo lo mantiene con una dieta desesperantemente escasa y estrictamente herbívora. Frente a ella, para crear contrastes, Vanina, cuya fuerza de voluntad no existe ante un plato, es capaz de comerse un buey guisado espolvoreado con ragusano.

    El final lo es en un triple sentido: el del caso concreto, que acaba cerrado; el de la empanada afectivo-laboral, que obviamente no puede quedar resuelta y que Cristina Cassar Scalia deja, a modo de anzuelo, en un punto de lo más interesante; y, para terminar, con una última escena que…

    Que hace que el lector quiera leer la cuarta historia de inmediato para saber qué diablos va a pasar. No es que sea un mérito muy literario, pero mercantilmente lo es.

    Termino con un detalle anecdótico en el que no había caído hasta ahora. Vanina Garrasi es el nombre de la protagonista en la traducción al español. En las novelas originales, en italiano, Vanina es Vanina Guarrasi. Dónde se fue la «u», no lo sé. Por qué fue despedida, lo intuyo. 


lunes, 13 de enero de 2025

La lógica de la luz – Cristina Cassar Scalia

 


Segunda y muy entretenida novela de Cristina Cassar Scalia protagonizada por la subcomisaria de Catalia Vanina Garrasi, una mujer que llegó a esa tierra siciliana procedente de Palermo, huyendo de su pasado en la lucha antimafia. Claro que de lo que en realidad huyó fue del amor; del que sentía por su pareja, un fiscal antimafia al que en el fondo adora, pero con el que no puede convivir por el miedo a que el día menos pensado alguien le metan dos tiros en la cabeza y vuelva a sufrir como le ocurrió con su padre, policía asesinado ante ella por la mafia.

La lógica de la luz no es un libro para que los lectores se hagan los listillos (como, ejem, ha sido mi caso en este y en las novelas de intriga que he leído en los últimos meses), porque corres el riesgo de tener tan claro quién ha sido el malo que puedes perder algo de interés, creyéndote, como un memo, que has sido más listo que la autora. Pero no. Cristina Cassar Scalia quizá no haya sabido mantener la duda en el lector en esta obra, pero sí despistarlo lo suficiente para crear en él incorrectas certezas que se ponen de manifiesto al final, con varios giros de guion bien traídos, inesperados e ingeniosos.

Además, la novela atrapa. ¿Por qué? Pues no lo sé, que es lo mejor que se puede decir de un autor, porque eso significa que atrapa por todo. Por los personajes, por la trama y por el ambiente.

En esta ocasión sí he visto algunos puntos en común con Andrea Camilleri (sobre todo en el modo de actuar de algunos personajes procedentes de la primera novela, que aquí acaban de encontrar su papel), lo cual menciono porque fue esa comparación la que me hizo conocer a Cristina Cassar Scalia, pero, como ocurría con la primera novela, la enorme diferencia con Camilleri es que ella es en extremo puntillosa: a sus personajes se les acompaña a lo largo de toda la jornada y el lector sabe con todo detalle lo que han hecho y pensado en cada momento. También, como muchas personas, sus personajes viven en parte en el futuro. En el futuro al que temen o del que esperan algo. Y allí el lector les sigue acompañando.

¿Y de qué va la trama?

Una noche, unos pescadores aficionados que andan atrayendo peces con lucecitas cerca de la costa ven cómo un coche llega a un punto donde la carretera termina y alguien baja para lanzar al agua una pesada maleta. ¿Qué hay en ella? No se sabe, porque las olas la despanzurran y vacían, pero algo puede aventurarse debido a que presenta signos que la vinculan a la desaparición de cierta atractiva chica. 

    Reconstruir la vida de la desaparecida hace surgir en las páginas de la novela el pequeño universo que rodea a toda persona, desde el personal al profesional. La interferencia policial genera reacciones en él y… Y, bueno, el universo de la investigadora también se ve afectado por el trabajo, y a sus compañeros de trabajo también les repercute y…

    De todo ello surge no solo una trama que, como he dicho, no resulta sencillo de predecir pese a que durante muchas páginas pensé lo contrario, sino también, y es lo más importante, un conjunto de relaciones personales entre personajes diferentes por edad, sexo, profesión, estatus, intereses… pero que tienen miedos, afinidades, apetencias y otros intereses que se entrecruzan y convergen en muchos momentos, lo cual es lo mejor de la novela, con diferencia. Cristina Cassar Scalia no solo plantea una adivinanza con la trama, sino que con esa excusa muestra un paisaje humano y territorial rico y verosímil.

    El resultado es una novela dinámica y entretenidísima. Si ya la primera me gustó hasta el punto de que he tardado poco en leer esta segunda, tras esta lectura ya tengo en el punto de mira la tercera. 

    Y creo que la cuarta se publica muy pronto en España.


miércoles, 14 de agosto de 2024

Arena negra - Cristina Cassar Scalia

 


En medio de las cenizas que hace llover el Etna (de ahí el título), que rocían las páginas de buena parte de la novela, un simpático bon vivant, que vegeta alegremente mientras espera el momento de heredar una fortuna, encuentra, en una casona familiar en desuso, un cadáver momificado. Nadie duda de que la mojama lleva allí el número de años suficiente para que el caballero no tenga nada que ver en el desaguisado, entre otras cosas por no haber nacido a tiempo de tener alguna responsabilidad. La finca es propiedad de su anciana, adinerada y severa tía, que no ha querido saber nada de semejante lugar desde que su marido fue asesinado, también allí, hace un porrón de años.

Así comienza una interesantísima y muy detallada historia, la primera protagonizada por la subcomisaria de Catania (aunque palermitana ella) Vanina Garrasi, a quien, a sus treinta y nueve años cumplidos en esta su primera novela, no hubiera conocido de no ser por una conversación en Twitter, en la que me aconsejaron leer, entre otros autores, a Cristina Cassar Scalia como forma de no echar tanto de menos a Andrea Camilleri (a quien por eso voy a mencionar tanto). Aprovecho esta reseña para agradecer la recomendación.

Lo que acabo de decir no significa, sin embargo, que Cassar Scalia y Camilleri tengan demasiado que ver. Es cierto que ambos son sicilianos y que Sicilia es el escenario de sus novelas. Es cierto, también, que la cocina juega un papel similar en sus obras, y que ambos personajes tienen viviendas peculiares y disponen, cada uno de un modo, de una señora entrada en años capaz de preparar en el momento adecuado las mejores delicias; también tienen sus amores (o desamores) en otra ciudad; e incluso el modo de presentar algunas cosas o personas es parecido; podemos añadir la existencia de jefes (de carácter opuesto) y diferencias (o rivalidades) y complicidades con responsable de la policía científica y los forenses. Pero aquí acaban las similitudes y se abren amplias diferencias tanto en el carácter de los protagonistas (Garrasi es cualquier cosa menos una cabeza loca) como, sobre todo, en el modo de escribir: si Camilleri es deudor de su oficio de guionista que le hace dar a sus historias una agilidad superlativa, Cassar Scalia (cuya profesión es la de oftalmóloga) parece influida por novelas mucho más elaboradas, lentas y pormenorizadas. Y así es Arena negra, una obra larga, de más de 400 páginas, cuya extensión se debe al amor por el detalle, a la minuciosidad, a unos personajes concienzudos que invitan al lector a participar con ellos en la investigación, a compartir avances y dudas, a elucubrar sobre culpabilidades… Una mezcla de novela negra de salón y de acción, porque la temática elegida, un crimen cometido hace décadas, permite por un lado la distancia «del salón» y, por otro, merced a un montón de testigos de avanzada edad, también cierta relajada acción. Los capítulos, no demasiado largos, producen sensación de dinamismo y permiten avanzar con fluidez.


Cristina Cassar Scalia

El comienzo es un poco confuso, debido a que en pocas páginas se presentan demasiados personajes imposibles de caracterizar en tan poco espacio. El modo en que se presenta la escena es, narrativamente, lo más parecido a Camilleri de toda la novela. Pero a medida que las páginas avanzan Cristinta Cassar Scalia es capaz de construir un universo, singularmente en torno a la unidad que dirige la protagonista (en esto también es un poco don Andrea, hasta el punto de que incluso hay un diligente policía cuya manía por el papel bien puede ser un paralelo del también maniático amor de Fazio, el personaje de Camilleri, por relatar contra viento y marea los antecedentes familiares de cada investigado).

A diferencia de otras muchas novelas policiales actuales (y a diferencia, también, de Camilleri) en Arena negra no hay varios crímenes independientes que, vaya por Dios, acaban cruzándose. Aquí hay un solo crimen, solo uno. Y ahí se centra la acción hasta el punto de que todo lo que después sucede es evidente que está relacionado. Bien por Cassar Scalia, por renunciar a ese típico conejo en la chistera para realizar una investigación compartida con el lector: es el mejor modo de hacer de él un investigador más, de hacerle partícipe de la narración, y más cuando lector y personajes deben, necesariamente, tirar de la imaginación para intentar hacer luz. 

Que Garrasi nació en esta novela con vocación de iniciar una saga es más que evidente, porque la subcomisaria, como todos los protagonistas de sagas, tiene su propia historia. La autora la dosifica muy bien, de modo que conocemos a la protagonista poco a poco, en parte por lo que hace con el caso concreto y su actitud, y en parte por lo que se va desvelando de su pasado. Ni que decir tiene que al final de la novela algo queda abierto para suscitar interés por la siguiente.

Me ha gustado Arena negra, me ha entretenido de lo lindo, y cada vez que he podido he buscado tiempo para leer unas pocas páginas más, a pesar de lo cual ha habido dos cuestiones que me han despistado, dos cabos sueltos que durante buena parte de la novela me han molestado como moscas pelmazas. Uno es el papel de la prescripción: cuando el crimen se fecha casi sesenta años atrás, da igual quién apioló a la víctima, porque de estar en este mundo ha ganado la prescripción y el papel policial se limita a identificar a la víctima y poco más. Cristina Cassar Scalia tarda casi cuatrocientas páginas en decir que el asesinato no prescribe. No sé si en Italia es así (lo dudo) o si, simplemente, lo puso por «exigencias del guion», pero en estos andurriales no se puede tardar tanto en contar algo así porque produce una intensa sensación de investigación artificiosa.

El segundo cabo suelto es peor. Mucho peor, porque es muy evidente: no investigar qué fue de cierta nilña (no digo más para no reventar nada a nadie) es un fallo tremendo, porque si alguien se ocupó de ella, ese alguien sabía. Y eso, cuando no sabes quién sabe, lo es todo. La autora podía haber evitado esta sensación de fiasco fácilmente, dedicando unos pocos párrafos a decir que lo habían intentado sin resultados, pero no lo hace, lo cual crea ese efecto «mosca» que, además, parece anticipar un golpe de efecto que, al darse (al menos parcialmente) se queda en coscorrón porque no sorprende. También se ve venir, a partir de cierto punto, la identidad del culpable, aunque el ingenioso giro final permite burlar la sagacidad del lector, que solo acierta así asá en la diana. Un «más difícil todavía» razonablemente bien traído.

En cualquier caso, que he disfrutado con esta lectura es evidente, porque fue terminarla y comprarme el segundo libro de la saga.

Seguiré informando.