No sé muy
bien por qué, cada cierto tiempo acabo leyendo algo de Bukowski. Lo digo porque
todos sus libros son iguales: beber, follar y rascarse. Todo en un ambiente
sórdido (incluido el doméstico), siempre sin un céntimo, en la calle, en el
trabajo, vagando entre bares, escenarios de los que solo sale para ir a apostar
a hipódromos y a los infinitos lugares donde encuentra trabajo y lo pierde a
los pocos días por estar más pendiente de dormir, beber o rascarse que por
trabajar.
Sí es cierto que en todos sus libros, también en este, el lenguaje es tan claro que se leen fácilmente. También lo es que de vez en cuando no está mal «viajar» a los ambientes más o menos marginales. Y también es verdad que es raro no encontrar algunas páginas verdaderamente divertidas no tanto porque Bukowski pretenda ser gracioso sino porque los episodios grotescos son indisociables de ciertas existencias. Además, Chinaski, el alter ego del autor, es un tipo que, en general, no hace demasiado daño a nadie aunque tampoco quiera a nadie. Es un desarraigado de sí mismo y de todos.
Supongo que lo dicho explica el éxito de Bukowski y que se siga reeditando más que aquellos, como Henry Miller, que también reflejan ambientes sórdidos pero con mucha mayor fuerza, riqueza verbal y profundidad, con los que Bukowski es comparado aunque jamás les haya llegado a la suela del zapato. Bukowski tiene una ventaja mercantil: es mucho más liviano e insustancial, su literatura es accesible a cualquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario