En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 10 de diciembre de 2020

El banquete anual de la cofradía de sepultureros – Mathias Enard

 


              

              Escribir como los ángeles no está reñido con alumbrar un ladrillo. Enard es un escritor fabuloso, con un inmenso dominio del lenguaje y una enorme cultura que sitúan su texto en la tradición de los más grandes escritores. Sin embargo, en esta ocasión le ha fallado la historia.

              El banquete anual de la cofradía de sepultureros es una extraña y alegre ruta por los alrededores de Niort, tierra natal del autor. Una parte del comienzo y del fin de la obra son las andanzas de un veinteañero instalado en un pueblecito de la zona, en calidad de etnógrafo, para hacer su tesis doctoral, aunque lo que acaba descubriendo no tiene mucho interés para la ciencia: descubre que es un vago rematado, un incompetente, un tipo que se despista con una mosca, que casi por ocio se enamorisca de una muchacha que vive de la explotación de una huerta y al que el cambio de aires de París al campo le ha permitido descubrir un nuevo mundo que admira y degusta con ojos de paleto urbano. Alrededor de él hay, lógicamente, otros personajes, unos en su entorno cercano y otros en un entorno distante, pero todos ellos antes o después se enfrentarán a la muerte; es más: la mayoría ya se han muerto un montón de veces, pues la reencarnación funciona a pleno rendimiento en la zona: todos fueron algo –personas o animales- antes de ser lo que son y serán algo distinto después de ser lo que son. Incluso algunos solo dan vueltas, porque se reencarnan en momentos del pasado. Todo lo cual da ocasión a Enard de contar la historia de personas y estirpes a lo largo de ese tiempo para algunos circular (sobre todo se detiene en alguna de esas estirpes) con un nivel de detalle asombroso, con un inteligente tono humorístico y con un realismo tal que casi ni cabe calificarlo de mágico. Verdaderamente es meritorio para el lector tratar de encontrar un sentido a tales cosas, por más que todo hace pensar en la muerte y en el sentido de la vida. En medio, y sin venir mucho a cuento, se nos detalla hasta el vómito la inmensa tripada que la cofradía de sepultureros se atiza cada año en un autohomenaje que ni tiene la entidad suficiente para dar título al libro ni para servir de argamasa entre todas las extrañas cosas que acabo de referir.

              Dicho lo cual, el derroche lingüístico es espectacular, y las referencias culturales tantas y tan amplias que la mayoría de los escritores quedan, al lado de Enard, como pobres tarugos  con el cerebro en barbecho.

              Un libro no para cualquier lector, sino para aquellos que disfruten más con el lenguaje, la cultura y los malabarismos intelectuales que con una historia.




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