Soy más
desastre que Rincewind. La prueba es que leí la segunda novela de la saga de
Mundodisco hace unos meses y se me había olvidado contaros por aquí que La luz
fantástica mejora, con mucho, la novela inicial de la saga, El color de la magia. Y es que La luz fantástica es más ordenada y la acción sigue un
propósito más claro, lo que facilita su lectura.
La novela
comienza más o menos donde terminó la primera, con los principales personajes
recién idos al diablo. Pero, cosas de la magia, hete aquí que el Mundodisco
está en peligro porque las tortugas, ya se sabe, a veces van por donde no
deben. Por ejemplo, hacia una estrella achicharrante.
La
solución no pasa por las vulgaridades que intentaríamos hacer en este sufrido
planeta. En Mundodisco hay soluciones más sencillas, al menos teóricamente. La
práctica, es otra cosa. Y es que pronunciar los ocho hechizos del Octavo es un
tanto complicado, sobre todo cuando hay mucho mago dispuesto a aprovechar la
ocasión para hacerse con el poder y cuando uno de esos hechizos está en la
cocorota de un pringadillo como Rincewind quien, por una vez, se ve obligado a
ser valiente.
Así es
como entre hechizos bastante menos poderosos y solemnes de lo esperado, entre
héroes peculiares que ayudan a Rincewind y al turista Dosflores, y en medio de
toda suerte de prodigios que a menudo coquetean llevando al absurdo cuestiones
propias de la literatura infantil, la trama va avanzando arrastrada por el
constante alarde de humor e imaginación que encumbró a Terry Pratchett.
Y ahí
sigue cuatro años después de su muerte, en la cumbre, porque a pesar de lo estrambótico del Mundodisco, nos reconocemos en la crítica a las limitaciones y miserias del ser humano, que es lo que está detrás del humor de Pratchett.
Eso sí,
os aviso de que al terminar la novela sentiréis un poquito de pena.
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