Hace
más de una década que la novela negra está de moda, pero muchos de los títulos
más vendidos estos años son morralla comparados con las novelas de Julián
Ibáñez (Santander, 1940), un autor cuya obra responde con exquisita pulcritud
al origen del género y al que nadie podrá acusar de apuntarse a una moda.
Llámala Siboney, por ejemplo, se publicó en 1988. Ibáñez es, con diferencia,
uno de los mejores autores de este género. Es una pena que no sea más leído.
El protagonista,
Novoa, que se dirige en primera persona al lector, es un tipo peculiar,
solitario, duro, que lleva poco tiempo trabajando en un desvencijado despacho
de una localidad de cinco mil habitantes y vive en un hotel. Trabaja como
asalariado en una empresa de intermediación en el mercado de cereales; creo que
antes, en Mi nombre es Novoa (1986) -que aún no he podido leer- había tenido
algún otro empleo en otro lugar. Llámala Siboney comienza cuando un día
caluroso, a las cuatro de la tarde, Novoa entra al pequeño edificio donde está
la oficina y, de pronto, una mujer rubia le atiza en medio de la jeta un
tremendo trastazo con un trozo de tubería y luego sale pitando. No hay indicios
de que haya robado algo, ni de de que haya hecho ninguna otra cosa. Solo estaba allí y le ha dado
el porrazo.
Novoa
apenas acierta a tener una ligera impresión sobre el aspecto de la mujer. Con
este único dato y sin saber exactamente por qué, intenta localizarla por el
pueblo. Sus preguntas aquí y allá tienen consecuencias inesperadas, a las que
hace frente con una determinación solo fundada en lo duro de su carácter y en
lo poco que tiene que perder quien no tiene más que su propia soledad y un amor
propio intenso y decidido pero no atolondrado. Gitanos, chavales con buen coche,
coches color butano, Mercedes blancos, una muerte, el cuartelillo de la Guardia
Civil y la finca de unos tipos adinerados se mezclan en el ir y venir de un
Novoa que navega sin un objetivo claro, asumiendo el riesgo de ser tanto
víctima como imputado en un crimen en el que nada tiene que ver. En el más fiel
estilo de la novela negra, nadie está completamente limpio, todos tienen algo
que esconder o un interés que salvar, por lo que todos juegan al despiste
aunque luego, poco a poco, a medida que alguien va descubriendo contradicciones,
cada uno termina demostrando quién es, qué pinta allí y por qué hace lo que
hace o dice lo que dice.
Pero
aunque la trama es interesante y solo al final se acaba desenmarañando la
madeja que antes, poco a poco, se ha ido enmarañando ante el lector, lo mejor
es el lenguaje, el control de los tiempos, de la expresión, el modo en que la
forma aparentemente seca y cortante consigue formar parte del fondo de la
novela y construir la personalidad del protagonista. Lo dicho: Julián Ibáñez es
un grandísimo escritor.
Una
pequeña joya de la novela negra muy superior a casi todo lo que ahora se vende
pero que, por desgracia, está descatalogada.
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