En 1922 Charles Osborne, nacido en 1894 y muerto en 1991, sufrió
un ataque de hipo que no terminó hasta 1990. Seguramente hubiera preferido no
entrar en el Libro Guiness de los Récords. O, al menos, no así.
John Carrington joven «indexador» ingles (sí, un tipo que se
gana la vida haciendo índices) se encuentra una buena mañana con que su esposa
lo ha abandonado y que, a falta de mejor lugar donde irse, se ha largado a dar
la vuelta al mundo. Al pobre diablo el soponcio le provoca un ataque de hipo que amenaza con emular al de Charles Orborne.
La situación le da pie a reflexionar sobre sí mismo: John se
considera un tipo de lo más normal y razonable, a esa conclusión llega tras la explicación de sus pintorescas costumbres, aunque,
según lo va conociendo, al lector no se lo parece tanto. El abandono de su esposa también le permite a John buscar
una nueva vida en la que, amén de acabar con la casa como una cuadra, contacta
con algunas personas más o menos estrafalarias, lo cual no solo podría haber
dado más de sí, sino que, dada la evolución de la novela, parecen encuentros un
tanto forzados y que nada aportan. Durante un buen número de páginas la novela
parece navegar con poco ritmo hacia esas aguas, mecida por un humor suave,
levemente irónico, procedente de la diferencia entre el modo en que el
protagonista se ve a sí mismo y la realidad que poco a poco va mostrando, que
incluye manías extravagantes, un pluriempleo singular y una opinión de sí mismo
peculiar. La historia mejora sustancialmente pasada la mitad del libro, con
algunas reflexiones brillantes al hilo de un asunto familiar que tiene poco que
ver con la situación del indexador: el trágico final de una de sus hermanas, asesinada
cuando él solo era un niño. En esta segunda mitad también se amplía la
perspectiva de la historia, puesto que conocemos la mirada de la esposa; es
esta parte, además, los desdibujados secundarios que aparecen al principio se
esfuman sin que se les eche de menos, con una sola excepción que parece estar
en la historia solo para que pase algo entre el principio y el final.
Una lectura que, tras ese comienzo titubeante, deja una
buena impresión. No es poco, pero tampoco mucho.
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