Qué vergüenza es el título del
primero de los nueve magníficos relatos que componen esta obra de Paulina Flores (Chile,
1988).
Los
ocho primeros son de una extensión similar; el último, casi una novela breve.
Pero todos tienen algo en común aparte de la maestría con que están escritos y
de ofrecer desenlaces inesperados que dotan de un significado nuevo, y más
profundo, a lo leído hasta entonces: no encontramos historias con principio y
final, sino «cortes» en la vida de las personas que se bastan para
convertirse en una historia con principio y fin inmensa en otra más amplia de
la cual traen y a la cual aportan un significado que explica unas veces el principio y otras el final. Historias breves que explican otras más largas, solo indirectamente conocidas a través de la lectura, que a su vez permiten comprender mejor lo que leemos.
Esa
forma de escribir dota a cada relato de una sensación de movimiento: o va a
pasar o acaba de pasar algo y, por tanto, los personajes se encuentran en la
tesitura de decidir qué hacer, o cómo abordar, o cómo soportar, aunque nunca
acaba de pasar todo porque la vida solo es sentir.
A cada
página encontramos personajes vulnerables obligados a buscar su propia
fortaleza, aunque a veces no pueda consistir más que en un «aprender a
soportar». A cada página, también, encontramos historias llenas de sinsabores,
miedos y fracasos, historias duras pero no desagradables porque están contadas
desde la comprensión y una fina ternura que se mezcla con una ironía muy sutil,
la de quien ofrece una sonrisa de comprensión ante la incapacidad del ser
humano para llegar a ser lo que le gustaría ser. En ese sentido, el título del libro, por más que sea el del primer relato, es significativo: qué vergüenza. Qué vergüenza dan tantas cosas. Qué vergüenza verte en según qué situaciones, ante según qué actos, qué íntima vergüenza, siempre, no ser capaz de más.
Una
lectura enriquecedora cuyo único problema es el de todos los libros de relatos:
que siempre hay alguno que se apodera del resto en el recuerdo del lector,
aunque quizá la gracia de estos libros sea precisamente esta: ver qué se nos queda en la memoria, aunque lo mismo puede anclarse en ella por los
méritos de quien lo escribió que por cómo las vivencias propias condicionan lo
que nos impacta.
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